La representación perfecta consiste en acercar al máximo los porcentajes en votos y escaños, y debería considerarse prioridad en democracia representativa; tan obvio como que debemos proteger la limpieza del aire que respiramos o de las aguas que bebemos. Mónica Oltra subrayaba días atrás que la izquierda que sumó 71 diputados el 20D debería converger en una sola oferta electoral para el próximo proceso. Lo decía tras constatar el déficit de representación de esa izquierda, que sumó más votos que los 90 diputados del PSOE. Dudo que Oltra hubiese propuesto la convergencia pre-electoral en representación perfecta, porque en tal sistema la traducción a escaños de una coalición de partidos es prácticamente la misma acudiendo a las elecciones juntos o por separado. Así pues, estas son las pregunta pertinentes: ¿Es necesario experimentar el correctivo que nuestro sistema electoral impone a la desunión para que la unión tenga una oportunidad? ¿No es la convergencia de partidos similares un valor en sí mismo?

La representación perfecta se basa en tres elementos: circunscripción única, umbral electoral 100/350 % y máxima proporcionalidad de conversión a escaños. Favoreciendo la concentración de escaños, la Constitución y la Ley Electoral alteran los elementos: circunscripción provincial, umbral electoral del 3% y sistema d´Hont de conversión a escaños. Consecuencia: en la práctica, las cosas ocurren como si tras la votación se abrieran las bolsas de votos, se metiera la mano y se trasvasaran votos desde los partidos infrarrepresentados a los sobrerrepresentados. Por ejemplo: el PP habría recibido en su bolsa 1.610.000 papeletas extra y el PSOE 930.000. De las bolsas de los mayores donantes han salido muchas papeletas: 780.000 de IU-UP y 630.000 de C´s. Añada 1.610.000 a los 7.215.530 votos que obtuvo el PP, divida la suma por 71.780 „coste en votos de un escaño en representación perfecta„ y tiene los 123 diputados del PP.

Injusto ¿no? El argumento para su defensa: la ingobernabilidad que se derivaría de la dispersión de escaños. Un defecto de los representantes, que parece aceptarse como irremediable, y que pagan los representados, concretamente los votantes de los partidos donantes; lamentable. En cualquier caso, la deseable representación perfecta, para tener opción algún día, debería ser tratada razonablemente y no conllevar una proliferación de partidos, conocedores de que no serían penalizados. En ese sentido, Mónica Oltra respondía en parte a mis preguntas de arriba al confesar que ciertos partidos obligan a los electores a decidirse entre ofertas muy parecidas. El caso de las izquierdas es sangrante.

Volviendo a nuestra realidad electoral, Mónica Oltra dijo esperar que una oferta unida de los 71 podría hacerles crecer y permitir, contando con el PSOE, acercarse más a los 175 „si no a alcanzarlos„ para formar un gobierno de cambio. En tal cálculo Olta muestra su bonhomía porque, por lo visto hasta ahora, no está tan claro que el PSOE colaborase en el gobierno imaginado por ella. Tal vez, como apunta un encallecido Gaspar Llamazares, venido el caso, el PSOE le hiciese un regate a las izquierdas y escucharamos de nuevo a Mónica exclamando «¿de qué van?».