Una de las reglas de la cortesía argumentativa es aclarar y, si es posible, fijar los términos con los que debatimos. En el mismo sentido, dicen que decía Sócrates que si no queremos que la democracia caiga en la demagogia es necesario intentar definir con precisión las palabras con las que nos (in)comunicamos. Digo esto porque el rector del Patriarca (gracias, Baltasar Bueno) ha suprimido las danzas de los Seises del Corpus: «restan religiosidad», dice. Pero, ¿qué se entiende por religiosidad? Si la alegría de una danza, resta, ¿la tristeza de una genuflexión, suma? O bien: los colegios concertados católicos argumentan contra la conselleria en nombre de la libertad de elección, pero ¿qué entendemos por libertad y cuál sería la situación o contexto en el que ese significado del término sería un derecho y no un privilegio? O, ya que estamos, ¿podrían los que critican a Ribó por «no hacer nada» dejar de criticarle porque «no para de hacer cosas» (ellos dicen: semaforitos, banderitas, senyeritas, lengüecitas, bicicletitas, pacificacioncitas del trafiquito, peatonalizacioncitas, republiquitas...)? ¿Cuál sería la alternativa macha ante tanta mariconada?

Algunos se empeñan en estar a la altura de sus trágicas circunstancias. Olvidemos la pregunta sobre quién pagó el viaje a París de las falleras mayores formulada por quienes querían que hubiera un chanchullo donde no había más que una contribución. Ahora, y es un ejemplo, los cuatro jinetes del apocalipsis inician la campaña a las generales con una crítica al Consell autonómico: Eva Ortiz (PP) centra el ataque en la inacción y el victimismo; Maria Jospe Català (PP) lo centra en el sectarismo; Elena Bastidas (PP) en la atribución de méritos que no les corresponden; y Vicent Ferrer (PP) en el catalanismo. Es evidente que el partido de la oposición (coincidiendo con el otro más chiquitín) puede centrar su discurso en lo que le dé la gana. Incluso que Ortiz censure la inactividad, que Català defienda la enseñanza privada concertada y que Bastidas encuentre méritos propios en la transparencia, entra dentro de las reglas del juego político. Ahora bien, que Vicent Ferrer diga esa estupidez de que «el tripartito del Botànic quiere vender a Valencia y a los valencianos al pancatalanismo», éso es un penalti como una casa. ¿No podrían hacer una parada biológica en ese caladero? Pero no: seguirán ad nauseam: hasta que nos vendan a todos como esclavos en el mercado de la Boquería. Para terminar: ¿qué me dicen del vídeo de la campaña sobre el «Orgullo de ser valencianos»? Podrían criticar su oportunidad o necesidad o necedad; podrían criticar su contenido, pero no, necesitaban un plus y recurrieron al patriotismo, es decir, a la traición: era un vídeo hecho por empresas «de fuera». Efectivamente: se trataba de una empresa de alicantinos con sede en Elx. Como ya dije, algunos se empeñan en ponerse a la altura de sus circunstancias.