Frecuentemente tomamos decisiones movidos por impulsos, intuiciones o intereses y posteriormente construimos el razonamiento que justifica nuestra decisión. No es ningún defecto, sencillamente es humano. La pregunta pertinente es: ¿somos honestos con los argumentos, o los estiramos, torcemos y canjeamos para acomodarlos a nuestra conveniencia? La justificación de las desigualdades también suele responder a este esquema: primero el privilegio, después la justificación. Las desigualdades generadas por el capitalismo son sostenidas teóricamente por dos enfoques principales: el naturalismo social y el utilitarismo. ¿Se basan en argumentaciones honestas o en oratoria interesada para proteger privilegios?

Desde los comienzos de la Revolución Industrial, los padres fundadores del liberalismo fueron testigos de la brutal divergencia de recursos que el sistema proporcionaba a ricos y pobres. Sobre el horror de las condiciones laborales y vitales de los obreros y sus familias baste un dato: en Mulhouse (Alsacia), la duración media de la vida, 28 años entre los ricos, se desplomaba hasta 1 año y 3 meses entre los obreros de las hilaturas. La falacia naturalista consiste en identificar lo natural con lo bueno y tratando de justificar los hechos algunos recurrieron a ella: la desigualdad es natural e inevitable pues deriva de los atributos de los sujetos. La capacidad e iniciativa de los industriales acaudalados y exitosos les faculta para prosperar, mientras que el infortunio del proletariado se explica por su falta de talento y aspiraciones, por su inclinación a la mera subsistencia.

Posteriormente, y oponiéndose a que el Estado ayudase a paliar las atrocidades del sistema, se apropiaron de la Teoría de la Evolución, algo que el mismo Darwin combatió enérgicamente. El programa de los darwinistas sociales: dejar que los individuos actúen en libre competencia y que la selección natural favorezca la «supervivencia de los más aptos» „una expresión acuñada por Herbert Spencer, el darwinista social más notable, y no por Darwin„ con los pobres abandonados a su suerte y los ricos como beneficiarios de su excelencia. Cada uno responsable de su propio destino de acuerdo con el credo liberal. El siglo XX contempló cierto declive del liberalismo clásico y también del naturalismo social, que se envalentona de nuevo a partir de los años 70, cuando reverdece el neoliberalismo.

En España, las publicaciones de los años 80 de Moure-Mouriño y Fernández de la Mora „en sintonía con el pensamiento de la derecha neoliberal„ defienden en esencia que, puesto que no es posible la igualdad biológica, tampoco es posible la igualdad social. Nada nuevo: hoy en día, quienes aplican o apoyan medidas de desprotección social, y se oponen a la intervención del estado como redistribuidor de la riqueza, siguen las prescripciones del naturalismo social del siglo XIX. También el concepto «igualdad de oportunidades», que discutí en Levante-EMV (05/11/2015), está impregnado de darwinismo social.

En un ensayo de 1973 (Diversidad genética e igualdad humana) el genetista Theodosius Dobzhansky advierte de la confusión entre desigualdad (concepto legal) y diversidad (concepto biológico), una confusión que el naturalismo social alimenta. Aunque los seres humanos seamos diferentes, no somos desiguales, que no nos confundan.