Faltaba más de una hora para la inauguración de la Fira València Turisme - La Fira de les Comarques-, el sol de las cinco de la tarde caía de plano sobre la acera reverberándose en los stands alineados en torno a la Plaza de Toros que aún tenían las persianas bajadas. Soriano, la librería, en la acera de enfrente, tenía un expositor con revistas gratuitas, me acerqué y cogí una. Con ella bajo el brazo fui al hall de la Estación del Norte para hacer tiempo. Allí, en el poligonal banco de madera, contemplaba a la gente hipnotizándome el mantra del murmullo, de repente los ladridos de un cachorro que viaja en un transportin rodante me espabilaron. Miro la revista y el titular de portada reza tal que así: “Tiempo de grandes nombres”.

Pero algo pasa, esto no marcha bien y es que al lado se ha sentado un hombre con un penetrante olor a sudor que se cuela hasta el cerebro. Huyo al andén. Hojeando de nuevo el ejemplar compruebo que Cervantes, en el cuatrocientos aniversario de su muerte, es el hilo conductor del sumario; una conmemoración que sale a la palestra nacional con quedos fogonazos -cierto programa radiofónico matinal sacó a colación hace unos días el breve eco del suceso sin apenas acciones culturales gentilicias-; mientras que Cervantes, allende fronteras, enarbola el estandarte de la literatura hispana y se le honra. Miguel de Cervantes fue trashumante tenaz, soldado curtido en batallas y hombre impenitentemente perseguido por la penuria económica. Hijo de un barbero remienda fracturas óseas y hacedor de sangrías, durante sus sesenta y nueve años de existencia batalló en pos de anclaje social sobreviviendo a mil y una escaramuzas absorbiendo en tales lides tal cantidad de experiencias traumáticas que, bajo la sátira tan en boga en los escritos de la época, alimentó la ironía rezumante que impregna su más insigne obra “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Por aquel entonces eran de requerimiento para escribir varias circunstancias; primordial -como es de ley- el don del genio unido al conocimiento escolástico un bien de disfrute restringido a señalados estratos sociales. De otro lado la constancia, no desdeñemos la contrariedad que suponía la inexistencia de electricidad o el uso de plumas orgánicas que los autores debían afilar y entintara continuamente para poder recrear figuraciones literarias. Aquello era otro mundo. Borrones, dedos ennegrecidos y un incesante ir y venir por las rutas mediterráneas perfilaron al escritor. Imaginaros ¡sin WahtsApp! ¡Sin Twitter! ¡Sin Facebook! ¡Sin poder googlear! ¡Sin futuro claro! Nuestro autor vivió el más sórdido cautiverio en los “baños” argelinos planeando varias tentativas de fuga pero, como Steve Mcqueen en “La gran evasión”, volvía una vez tras otra a ser capturado. Para Cervantes, su mano izquierda inválida sumada a la tortura del constante endeudamiento y el engaño de los próceres -tendencia impenitente- no fueron óbice para crear obras como “La Galatea”, “Novelas ejemplares”, “Viaje del Parnaso”, “El trato de Argel”, “La española inglesa”, “El juez de los divorcios”. Sutilmente bromeó sobre la entrevista del embajador del Japón con Felipe III: “El que más ha mostrado desearle ha sido el grande Emperador de la China, pues en lengua chinesa habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de Don Quijote”. Es ahí donde engarzamos los hechos históricos que vienen a recordar al que fue el emisario chino Zhang Qian -denominado “padre de la Ruta de la Seda”- un centenar de años antes de Cristo-. De otro lado Valencia y Cervantes -treintañero- mantuvieron lazos intensos tras arribar este a Denia -de vuelta del quinquenio esclavista-; vivió en nuestra ciudad del Turia durante un mes. En su periplo vital, por mor del destino, recorrió hitos culturales y comerciales, esos que la Ruta de la Seda crea entre Europa y Asia Central. Italia -Nápoles, Roma-, Argel, Córdoba, Sevilla, el Puerto de Santa María, Valencia. Rutas de cultura fraguadas en mapas geográficos, creadoras de riqueza. En Sevilla -por aquél entonces epicentro del poder- el incombustible alcalaíno quedó maravillado ante la riqueza que llegaba del Nuevo Mundo, oro y plata a mansalva para pulir testas coronadas. Sevilla congregaba a comerciantes, aventureros y artistas abriendo nuevas latitudes a esa Ruta de la Seda labrada a lomos de caballerías o en bajeles rudimentarios universalizando conocimientos en pos de intereses comunes. Don Miguel de Cervantes recorrió los inclementes caminos españoles de la época transportando alforjas repletas de pergaminos caligrafiados en Ruta de Literatura personalizada y así hasta descansar, a los sesenta y nueve años, en la cripta del Convento de las Trinitarias (Madrid), donde desde el siglo XVII, cada superiora ha transmitido oralmente la información del enterramiento de tan insigne dramaturgo. Literatura española hermanada con té de la India, coral rojo del Mediterráneo, incienso de Omán, esmeraldas del Himalaya y espadas de Toledo. Caravanas de la seda que en Valencia dejaron su impronta artística -Colegio del Arte Mayor de la Seda- en intercambio con la escuela zaragozana. Ruta Cervantina a pie de calle -San Vicente, 3- desaparecida imprenta que editó por vez primera las dos partes de “El Quijote”. En dos mil dieciséis, Don Miguel de Cervantes y La Ruta de la Seda celebran un encuentro apasionado en Valencia dando fe con tan notable hecho de que arte y paz siempre disuelven fronteras.

“A la guerra me lleva mi necesidad, si tuviera dineros, no fuera, en verdad” (Miguel de Cervantes)