Algunos datos, por conocidos, no dejan de alarmar. En España, más de tres millones de personas viven bajo pobreza severa; otros siete millones en pobreza moderada; casi tres cuartos de millón de hogares carecen de cualquier tipo de ingreso. Hay cerca de cinco millones de parados, la mayor parte sin prestación o subsidio; más de millón y medio de familias tiene a todos sus miembros adultos en paro. Una tercera parte de los trabajadores gana el equivalente anual del salario mínimo o menos, por tener contratos con bajas remuneraciones, discontinuos o a tiempo parcial. Y en cuanto al patrimonio mobiliario e inmobiliario, el tercio inferior de la población apenas dispone del 3 % del mismo, mientras que el 1 % superior posee el 27 %, nueve veces más.

Frente a este hiriente panorama, las propuestas de los partidos políticos con opciones de representación parlamentaria destacan por su insuficiencia, cuando no por su irrelevancia. En el mejor de los casos son buenos deseos revestidos de iniciativas que no trascienden, por lo restringido de su aplicación o por su exigüidad presupuestaria, lo meramente asistencial. No acaban de darse cuenta, tales formaciones, del alcance que actualmente presentan la pobreza, el empobrecimiento, la cada vez mayor desigualdad económica y las otras desigualdades „igualmente crecientes„ que esta última provoca o potencia.

En contraposición, el libro El ingreso mínimo garantizado (cuyo autor es quien esto escribe y que va a presentarse en la Real Sociedad Económica de Amigos del País el próximo 2 de junio) expone, define y reivindica una propuesta ciudadana para la España de 2016: la instauración de un ingreso mínimo garantizado para todos los ciudadanos españoles y residentes extranjeros homologados, cifrado provisionalmente en 400 euros mensuales a percibir por aquellos que carezcan de ingresos o que éstos sean manifiestamente insuficientes. Se trata de una propuesta innovadora, pero pertinente; audaz, pero viable; imaginativa, pero fácilmente entendible y comunicable.

Semejante ingreso mínimo garantizado reúne tal cúmulo de ventajas que parece difícil „tras su análisis pormenorizado y una reflexión serena del mismo„ no suscribirlo, o al menos, no considerarlo digno de debate. Haría que en España desapareciera la pobreza absoluta severa, reduciría drásticamente la pobreza moderada, atenuaría la desigualdad de ingresos entre el tercio de población más rico y los dos tercios inferiores, y disminuiría la existente hoy entre las personas de los dos tercios inferiores. Potenciaría grandemente la demanda interna de la economía española e incentivaría la producción interior, en particular la de ámbito local. Estimularía la ocupación, por eclosión de empleos aunque fueran con salarios modestos y mejoraría la capacidad negociadora de los empleados frente a los empleadores, reduciéndose las condiciones abusivas. Por último, favorecería un mayor equilibrio familiar e intergeneracional; fomentaría el desarrollo humano de las distintas personas y la cohesión entre distintos segmentos sociales; e iniciaría el camino de preparar a la sociedad española a futuribles de débil crecimiento, no crecimiento o de decrecimiento, escenarios de fin de la expansión.

Como el libro argumenta, los únicos obstáculos para la instauración hoy del ingreso mínimo garantizado no son económicos, sociales, políticos o morales, sino simplemente impedimentos mentales disfrazados de los anteriores. Ha llegado el momento de dejarlos atrás. La vida cotidiana, la vida real de millones de personas en España cambiará si iniciamos ese camino. Un camino, claro está, que no acaba con la puesta en marcha del ingreso mínimo garantizado. Pero representa un primer paso y a ese primer paso le deberán seguir otros más en coherencia con ese nuevo tiempo político que reclaman los ciudadanos de este país.