Ayer 8 de junio fue el día mundial de los océanos, la parte marina de nuestro azul planeta mal llamado Tierra. Alberga el 5% de las especies del planeta. Solo las aguas españolas son un millón de kilómetros cuadrados, el doble que nuestro territorio emergido y son el hogar de 1.000 especies vegetales y más de 7.500 animales. Las malas noticias como la amenaza del plástico contrastan con buenas como el incremento de la superficie protegida. En nuestro país alcanza el 8,64%. Su importancia es capital y conviene aprovechar la efemérides para insistir al respecto. Son parte básica de procesos tan vitales como el ciclo del agua, suministrando la materia prima para la lluvia; el del carbono constituyendo su principal sumidero; el del fósforo del que se alimenta el plancton y de este las aves marinas cuyo subproducto ha fertilizado la tierra. A través de las corrientes marinas, y junto con los vientos, son el principal sistema de intercambio de energía planetario al suavizar las diferencias térmicas entre una zona tropical que recibe rayos solares más efectivos al atravesar menos atmósfera, caer de forma perpendicular y por tanto experimentar un menor albedo y calentar una menor unidad de superficie.

Todo lo contrario que las áreas polares y circumpolares. Si pasamos a la escala regional, determina contrastes climáticos tan solo igualados por los provocados por las cordilleras. Las corrientes cálidas generan lluvias al favorecer la convectividad caso del Brasil o el inestable Mediterráneo otoñal; temperaturas suaves en latitudes elevadas, como en las costas de Noruega mientras que las corrientes frías generan desiertos en latitudes tropicales y temperaturas más frescas de lo que corresponde por latitud. Bastante más que la meta de nuestro descanso estival.