D ice Bertrand Russell en La conquista de la felicidad que «si por arte de magia pudiéramos enterarnos de los pensamientos ajenos, me parece que la primera consecuencia sería la inmediata disolución de todas nuestras amistades; el segundo efecto, sin embargo, sería excelente, pues como un mundo sin amigos sería intolerable, nos acostumbraríamos a estimarnos los unos a los otros sin necesidad del velo de ilusión que nos oculta el hecho de que nos creamos absolutamente perfectos». Recordaba esta cita porque quedan apenas unos días para que empiece de nuevo oficialmente la campaña electoral. Aunque habría que preguntarse si en los dos últimos años hemos dejado de estar en campaña en algún momento.

En la era de las redes sociales, el deseo de ser admirados y de proyectar una imagen de perfección es mucho más acentuada que cuando Russell hacía esta reflexión en 1978. Muy pocos son los que publican sus fracasos, sus miedos, sus rencores. Y, si lo hacen, suele ser movidos por un deseo excesivo de llamar la atención. La mayoría de nosotros subimos a las redes sociales fotos relacionadas con buenos momentos. Tratando de ocultar la cara menos amable de nuestras vidas y lejos de las miserias cotidianas. Una tendencia que es aún más evidente en la política.

Si tuviera que apostar sin arriesgar, lo haría por que la mitad de la campaña se centrará en mensajes sobre quién tiene la culpa de que volvamos a las urnas. Y se la pasarán de PP a PSOE, de PSOE a Podemos, de Podemos a PSOE y Ciudadanos y de Ciudadanos a PP. Es la más fea y nadie quiere bailar con ella. Lo que está claro es que yo no he sido. Porque yo soy absolutamente perfecto. ¡Ay! Si pudieran saber lo que muchos votantes piensan en realidad. Pero juegan con la segunda premisa. Con que es intolerable pasar más tiempo sin gobierno.

Nos esperan semanas de postureo: candidatos fotografiándose con niños y perros, promesas, políticos que justifican la violencia callejera en la pobreza y la marginación, refugiados acogidos justo ahora y también jugar a que viene el lobo. Que es la troika o Venezuela según el color del cristal con que se mire. Resulta que hasta hemos sido testigos de una reunión del Consejo de Seguridad Nacional con cámaras de televisión. Porque el Ejecutivo en funciones está preocupado por la situación de los españoles que viven en Venezuela. La última vez que se convocó de forma extraordinaria fue después de los atentados de París. Por muy agónica que sea la situación en el país sudamericano, una se teme que el peligro real de ambas tesituras no es comparable. Hasta podríamos llegar a aventurar que se ha hecho un uso electoralista de este órgano para desacreditar a Podemos. Como éstos intentan desprestigiar a PP y PSOE agitando el fantasma de los recortes. En realidad no hace falta acudir a Venezuela; sería suficiente con recordar que no hace mucho sus colegas de Syriza han bajado las pensiones y subido impuestos, plegándose sin mucha más alternativa a las exigencias europeas.

Y todo ello pensando que el ciudadano es idiota. Aunque, si hacemos caso a Churchill, puedan tener razón. Ya saben, aquello de que «el mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio». Aún así, no se puede evitar la sensación de que la gente está empezando a hartarse de que le tomen el pelo. Al final, la mayoría de nosotros somos conscientes de que, llegue quien llegue al poder, no va a ser fácil. De que ninguno de ellos tiene una varita mágica para que la deuda pública deje de superar el 100 % del Producto Interior Bruto, ni para que nuestros alumnos dejen de estar a la cola de los países europeos, ni para solucionar satisfactoriamente para todos la situación en Cataluña. Por ejemplo.

Volviendo a Rusell, sostiene asimismo que «la felicidad que satisface plenamente va acompañada del pleno ejercicio de nuestras facultades y de la total verificación del mundo en que vivimos». La negación de la realidad, el engaño y el infantilismo no ayudan a la hora de resolver los problemas. Más bien al contrario, dificultan seriamente la tarea de encontrarles remedio. Puede que la mayoría de quienes participarán en las próximas elecciones desconozcan sus consejos. Pero, puestos a fijarse en tendencias y redes sociales, no estaría de más que algunos analizasen por qué se ha hecho viral la alegría espontánea de una madre que se compra como regalo de cumpleaños una máscara de Chewbacca. Una risa que, de sincera, resulta contagiosa y que la ha sacado del anonimato de su barrio para llevarla al estrellato de los platós de televisión. Siendo optimistas, podría ser un síntoma de que somos capaces de valorar a los que, por encima de los contratiempos, son capaces de mostrarse francos. Tal vez así conseguiríamos que la mentira dejara de ser una de las fuerzas que dirigen el mundo. Y las campañas electorales.