Estamos ante un reto de concepción y decisión políticas. Dos libros inmediatos sitúan al País Valenciano en su problemática político-económica. Uno mira hacia el pasado „La desfeta del sistema financer valencià, de Joan Ramon Sanchis„ y el otro hacia el futuro „Una nova via per a l´empresa valenciana, coordinado por Elies Seguí. El primero relata un destrozo sin precedentes en el sistema social y productivo valenciano a raíz de la politización de las entidades de crédito. Acabó con la liquidación a manos del Partido Popular de la banca de proximidad salvo dos reductos, Caixa Popular y Caixa Ontinyent. El trabajo de Seguí y asociados, propone un nuevo modelo económico más académico que real.

Surge la duda de si es más rentable llevarse bien con los que mandan o primar los principios y la dignidad. Tenemos una encrucijada con dos vertientes: una económica y otra política. El Consell de Ximo Puig se ha reunido en Torrevieja, feudo de su exalcalde Pedro Hernández Mateo (PP), condenado a tres años de cárcel. En línea con el célebre Discurso de Elche, que pronunció Teodoro Llorente Olivares en 1908 y con la Cumbre de Orihuela (abril de 1989), de carácter empresarial y trasfondo político, que catapultó a Pedro Agramunt contra Joan Lerma, de la cúspide empresarial a la presidencia del PP. Los confines del sur de la Comunitat Valenciana proporcionan abrigo para iniciar la reconquista del País Valenciano a la hora de avanzar en las cotas de autogobierno o resignarnos a la claudicación. Si la autonomía renuncia a las competencias que le fueron adjudicadas sin garantías „las sanitarias o las de educación„ los valencianos habrían renunciado a su autogobierno. ¿De qué sirve disponer de dinero sin independencia para gestionar?

El temor no es a ser intervenidos por el Gobierno central, porque de facto la autonomía valenciana ya está bloqueada desde hace años. Primero, durante todo el tiempo que estuvo controlada por el PP, inequívocamente antiautonomista, y después por la perversa espiral en la dotación de recursos financieros y en las inversiones que necesita la Comunitat Valenciana para ser competitiva y funcionar sin pedir limosna. Que después ha de devolver, para mayor afrenta. Al Govern de Puig se le ha cercado con el caballo de Troya dentro, montado por el delegado del Gobierno de Rajoy, Juan Carlos Moragues.

Dar por extinta la autonomía valenciana es una opción legítima que nadie osa someter a referéndum. Saciaría las pretensiones de la conspiración del 17. Ese conjunto de la sociedad valenciana y española „amigos de lo baratito„ que proclama estar harto de las diecisiete autonomías, los diecisiete parlamentos, diecisiete haciendas, diecisiete consejerías de Sanidad, de Educación, de Cultura y una larga lista de organismos e instituciones que, según los voceros del apocalipsis, tienen la culpa de todos los males del Reino de España.

Es curioso que el título de un ensayo del malogrado Ernest Lluch „La vía valenciana (1976)„ haya dado tanto de sí. Los oráculos domésticos pueden dormir tranquilos porque el título lo sugirió un valenciano, Alfons Cucó, y causó tal impacto que décadas después fue reeditado con prólogo del actual conseller de Hacienda, Vicent Soler. Los valencianos preocupados por el porvenir necesitan disponer de estudios y manuales sobre lo que les pasa. Se percibe ansia por conocer de dónde vienen los males y cómo resolverlos. El camino sugerido de devolver competencias a papá Estado, más que una solución es un retroceso a los cuarteles de invierno o a la nada. «Y Nada vino a ser muerte de tantos», en verso de Quevedo. La trampa perfecta propagada por almas cándidas. Y para nada no se luchó a brazo partido por el autogobierno valenciano.

La otra opción es avanzar en el conflicto abierto entre la autonomía valenciana y la Administración centra. ¿Qué puede pasar si los valencianos nos mantenemos en nuestro derecho a exigir independencia y justicia? Puede que el sicario de Rajoy, Cristóbal Montoro, o el ministro de Hacienda del nuevo gobierno, intervenga formalmente a la Generalitat Valenciana. Habremos sido tomados a la fuerza por las huestes políticas y administrativas del Estado central. Que nadie se preocupe, porque no pasaría nada. Volveríamos a ser súbditos de los poderes fácticos y tecnocráticos que nos han mandado siempre. Vendrían los hombres de negro, ahora de Madrid, primos de los de Bruselas o de los de Berlín, y nos meterían el brazo por la manga. No se atreverán. El centralismo visceral está hondamente arraigado, a derecha y a izquierda. Si nos mandan los socialdemócratas conversos, centralistas de pro, sobrevenidos y aleccionados en la Internacional, no nos iría mejor. Sería torpe y arriesgado hacer que la Comunitat Valenciana, con sus magnitudes del 10 % de España, se sumara a la reivindicación catalana que condiciona el futuro de todos los españoles. Esperemos por fin que, al menos, se hable de nosotros.