No tenemos miedo. Los valencianos hace tiempo que vivimos y dormimos en la cuerda floja. La que utilizan los equilibristas para sobrevivir en el espectáculo audaz por las alturas. Para alcanzar metas de calado hay que jugarse el tipo. Arriesgar. Bien lo sabemos. Ahora el resto de españoles y concretamente los catalanes se percatan de la tensión y el desgaste que supone el ejercicio circense de llegar al ocaso del día, a final de mes y al cierre del año, sin que descarrile el Estado de bienestar que tanto costó conseguir. Los ciudadanos no entienden que el Govern Valencià siga sin gobernar quince meses después de ocupar el Palau de la Generalitat. ¿Parálisis o comodidad? ¿Dónde está el proyecto de País Valencià que se auguraba y que es imprescindible para afrontar el futuro con garantías?

Hace años tocamos fondo y con la bancarrota que dejó el PP vamos arrastrando las miserias por el suelo. No basta con poner parches ni apuntalar instituciones viciadas como el Consell Jurídic Consultiu de la CV. Si el resultado de las elecciones autonómicas ha de servir para que los que mandan se sientan cómodos con presidentes, personajes, cargos, consejeros eméritos o exmandatarios fieles al «antiguo régimen», entonces, los que sobran son los electores que vieron en el relevo la vía hacia una sociedad honorable. Recuperar la dignidad de un pueblo no es cuestión de recitales, subidas de impuestos y gestos para la galería. Requiere un cambio profundo que erradique la ignominia. Gobernar es ejercer justicia.

El president de la Generalitat, Ximo Puig, el día siguiente de la Diada de Catalunya, lanzó una propuesta para coaligar fuerzas oponentes, a la valenciana, frente al oprobio que emana del ejecutivo en funciones de Mariano Rajoy. La fórmula no difiere de la enunciada por Nuria Parlón candidata a liderar el PSC ni de los cinco principios expuestos por Joan Baldoví, portavoz de Compromís en el Congreso. ¿Ha llegado la hora de la imaginación? La cultura de coalición no se improvisa. Los catalanes han superado distintas etapas en su proceso de madurez política. Con eficacia probada se entregaron en la Transición a la tarea de «conquistar» Madrid, capital del Estado y núcleo del poder en España. Lograron que los centros de decisión fueran equidistantes con proyección bicéfala: la capital de la Cibeles versus la ciudad de la Sagrada Familia. Mientras, los valencianos contemplábamos resignados el reparto. En Madrid se situaron miles de catalanes en la administración, la política, las finanzas y las corporaciones económicas. Nada de la utopía del «poder valenciano» ni del estéril Conexus. El punto de inflexión se situó en Barcelona cuando ejerció de sede olímpica en 1992. Barcelona, 1- Madrid, 0. Surgió el envite de compaginar centro administrativo y estratégico con metrópoli productiva y exportadora. Duró hasta la llegada de Aznar al poder en 1996. El hábito de compartir no figura en el acervo de los españoles.

Los catalanes celebraron el Onze de Setembre, su quinta Diada. La del año pasado, sin presencia del president de la Generalitat, Artur Mas, fue espectacular y multitudinaria. La de 2016 ha sido fragmentada, sosegada y vital, con la participación activa de la primera autoridad de Catalunya, Carles Puigdemont. Dos versiones de un fenómeno que evoluciona. El president valenciano, Ximo Puig relanza el propósito de que la Comunitat Valenciana se expanda y se manifieste en Madrid y en Bruselas, sede de la Comisión Europea. ¿Cómo lograrlo? ¿Será el exedil Joan Calabuig el conseguidor cosmopolita? Puig ha dado a conocer la agenda de contactos con el president de la Generalitat catalana, con el que está condenado a entenderse. Los valencianos se dejarán ver en el Palau Sant Jaume y los catalanes aproximarán posturas con sus colegas valencianos. Es humillante que sigamos hablando del Corredor Mediterráneo y de su versión vergonzosa del «tercer hilo» ferroviario. Chapuza fraguada en el Ministerio de Fomento para taponar las comunicaciones entre el País Valenciano y Catalunya hacia Europa.

Mariano Rajoy y su entorno reaccionan con desdén ante el desafío territorial que se les avecina. Se desplazan por la cuerda floja de su irresponsabilidad y empujan al Estado hacia la desmembración. Faltaba el oscilante caso Soria. La imputación de Rita Barberá„con las botas puestas hasta Cuenca„ por el Tribunal Supremo, marca una nueva afrenta, con acento valenciano, de indecencia en el Partido Popular. Se contravienen sus decisiones y alcanza de pleno a su cúpula. Formación política que habrá de refundarse. Dejar el partido sin abandonar el acta de designación autonómica en el Senado es el remate de la infamia. Ya no es tiempo de fonámbulos. Anhelamos puentes sólidos para construir el futuro.