La política de nuestro país parece inspirarse en una serie de mantras o modas si ustedes lo prefieren, que una vez instaladas en la opinión pública se identifican con la verdad revelada y por tanto no cabe disidencia alguna. Tal es el caso de la convocatoria de unas terceras elecciones. Según esta última deriva, nada peor podría pasarle a los españoles que verse convocados a las urnas el próximo 18 de diciembre. Esta afirmación no admite debate o reflexión alguna.

Sin embargo yo tengo una opinión distinta. Nuevas elecciones no serían una buena noticia, es mas serían una mala noticia, pero no es lo peor que nos puede pasar. El PSOE está abierto en canal, roto en dos bandos. En un escenario razonable, los socialistas habrían sustituido a Pedro Sánchez como consecuencia de haber cosechado los peores resultados de su historia, en cuatro elecciones consecutivas. Por mucho menos han rodado otras cabezas más solventes que la suya. Y ahora, con el natural sosiego, procederían a debatir la conveniencia o no de llegar a un acuerdo con el Partido Popular y en todo caso en qué condiciones.

El problema es que Sánchez introdujo en la discusión un argumento envenenado según el cual, los leales a su persona estaban por el no a Mariano Rajoy y los golpistas a favor de entregarle el poder a la derecha. La consecuencia inmediata es que si la gestora y el Comité Federal llegan a un acuerdo que permita un gobierno de Rajoy y especialmente si este otorga un mínimo de estabilidad a ese gobierno, habrán traicionado a la izquierda, reforzarán el mensaje de Podemos, ampliarán la brecha interna y le habrán dado la razón al secretario general dimisionario.

En este marco, la gestora y el Comité Federal pueden verse tentados a abstenerse permitiendo un gobierno en minoría del PP sin compromiso de estabilidad alguno, para a continuación lanzarse a una oposición feroz con la intención de lavar su imagen, hacerse perdonar el pacto, reconciliarse con la mitad del partido que preconizaba el no, ganar algo de tiempo para restañar heridas y recomponer la figura. Poco después, en el plazo de un año, forzarían la caída del gobierno tras una legislatura corta y frustrante, abocándonos a unas nuevas elecciones a las que el PSOE concurriría superado lo peor de la crisis y en mejores condiciones que ahora.

Esta opción podría convenir a los socialistas, pero a mi juicio sería lo peor que podría pasarle a nuestro país porque prolongaría indefinidamente la situación de inestabilidad y todos los perjuicios derivados de ella. El Gobierno, incapaz por la aritmética parlamentaria de aprobar un solo proyecto de ley o aplicar políticas concretas, continuaría siendo en realidad un gobierno en funciones excepto de nombre. Esta situación es a mi juicio infinitamente peor que unas terceras elecciones. Nos equivocaríamos, si es el interés nacional lo que debe primar, si en lugar de un pacto que asegurara unos mínimos razonables de estabilidad, aceptáramos una simple investidura sin garantía alguna de gobernabilidad.

Incluyan en el paquete que a la inestable precariedad del Gobierno central se sumaría la de los gobiernos autonómicos, pueblos y ciudades donde Podemos dejaría inmediatamente en minoría al PSOE y viceversa. ¿De verdad creen ustedes que unas terceras elecciones a dos meses vista es lo peor que nos puede pasar? ¿De verdad creen que prolongar la agonía para de todos modos ir a terceras dentro de un año es la solución?

Finalmente y hablando de mantras, estoy profundamente aburrido de escuchar que hemos llegado a la presente situación por la inmovilidad de Mariano Rajoy. Esta afirmación es una enorme frivolidad, una ligereza imperdonable. Les aseguro que hago un tremendo esfuerzo por no calificarla como me pide el cuerpo. Rajoy ha logrado un acuerdo con Ciudadanos, ha ofrecido a los socialistas un gobierno de coalición, un acuerdo de legislatura y finalmente un pacto de investidura. Ha abierto la posibilidad de una reforma constitucional, un pacto por la educación o abordar aspectos de la reforma laboral, por citar algunos ejemplos. Todo ello no ha obtenido más que un «no es no». ¿Puede explicarme alguien quién es el inmovilista?