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Las radiales: otro regalito de Aznar

Esta semana hemos confirmado, alborozados, que el Estado pagará 5000 millones de euros para rescatar las radiales de Madrid, las autopistas de peaje quebradas que se construyeron en la época gloriosa del ladrillo, con un sistema mixto público-privado avalado por la cláusula de Responsabilidad Patrimonial de la Administración (RPA) que se aplicó a dichas radiales, en virtud de la cual el Estado, como titular último de las infraestructuras, se haría cargo de las concesiones en caso de quiebra. ¿Qué podría salir mal?

En 2004, en la recta final de su mandato, José María Aznar inauguraba las radiales, un proyecto de su Gobierno a partir del cual, en sus propias palabras, habría «un antes y un después» en España. Doce años después, aquí estamos: sorprendentemente, las cinco radiales de Madrid no han funcionado. Casi nadie las coge, porque, por algún motivo, la gente prefiere llegar gratis a Madrid que pagando. Por otro lado, tampoco se ha logrado que el complemento lógico de las radiales funcione: todas esas promociones inmobiliarias colindantes con las autopistas que iban a convertir pueblos de 3000 habitantes en ciudades de 300.000, porque, como el aznarismo llevaba una década asegurando, «la vivienda nunca baja».

Hace un par de años tuve el inmenso privilegio de circular por una radial. El motivo no puede ser más patético: me equivoqué de acceso y acabé, ante mi horror y contra mi voluntad, soltando creo que 10 euros para ir por el peaje, ni siquiera recuerdo de qué radial. Pero he de decir que vivir esa experiencia mereció la pena. La combinación entre una autopista absolutamente desierta y un paraje circundante desolador, lleno de ciudades fantasma y de solares a la espera de que llegase un ladrillo que ya nunca volverá, le sumergía a uno en un escenario de irrealidad; mitad sobrenatural, mitad postapocalíptico. Toda una experiencia de realidad virtual extremadamente realista, gracias a Aznar. ¡Y sólo por unos 10 euros!

La locura de las radiales no fue sólo construirlas. Fue, sobre todo, construirlas con este sistema delirante por el que, si las cosas van bien, las empresas concesionarias reciben su merecido beneficio; y si van mal, no hay ningún problema: ahí está el Estado para pagar. Más concretamente, unos 5000 millones que va a costar la broma (curiosamente coincidentes con el importe de la subida de impuestos anunciada por el Gobierno). En estas condiciones, es totalmente normal que las constructoras se peleasen por entrar, como fuera, en el negocio. Porque, aunque resultase ruinoso, no lo sería para ellos.

Las radiales son un regalo más de los años de José María Aznar. Un dirigente que, aún hoy en día, por razones que para mí resultan absolutamente misteriosas, tiene buena prensa en un aspecto de su gestión: la política económica (porque cosas como su gestión del 11M o su política exterior, la verdad, nadie en su sano juicio puede defenderlas). Gracias a Aznar, se nos dice, entramos en el euro (lo que entonces, sin duda, parecía una ventaja; ahora, no tanto. Y dentro de diez años, ya veremos). Y con Aznar vivimos un período de expansión económica que duró una década. Sin duda esto último es cierto. Aznar promocionó, desde el principio hasta el final, el modelo basado en el ladrillo, hinchando la burbuja de la vivienda mucho más que en cualquier país de nuestro entorno (y quizás deberíamos decir, a secas, que en cualquier otro país).

El problema es que, también aquí, el tiempo juega en contra del aznarismo. Conforme más años pasan, más se olvida el crecimiento de aquella época. Lo que quedan son radiales fantasma rescatadas por el Estado por una millonada; miles de viviendas vacías mientras se expulsa a la gente que no puede pagar una hipoteca que vale mucho más que la casa en la que vive, que también es del banco (el Estado, tan generoso con las garantías de riesgo de las grandes empresas, y tan poco con las de los ciudadanos); cajas de ahorros quebradas; y no nos olvidemos de ese maravilloso plan aznarista de unir todas las capitales de provincia españolas con Madrid. Ni un pueblo sin su Ave, siempre que sea para irse a Madrid a vivir cerca de una radial. Todo, gracias a Aznar.

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