Quienes están a punto de comprar la marca Lladró dicen que lo hacen «porque quieren mantener la historia y el carácter valenciano de la marca, su fábrica y sus artesanos», y aseguran que trabajarán «en la potenciación de la proyección internacional para asegurar la viabilidad de la empresa». Sin embargo, quienes la venden dicen, tanto en público como en privado, que el producto está obsoleto, que las personas que compraban Lladró ya no existen, que las costumbres han cambiado y la gente ahora se decanta por gastar su dinero en artefactos tecnológicos efímeros, es decir, que las figuras tradicionales no son viables y que, por tanto, la marca que todavía hoy se identifica con ellas difícilmente lo será.

Cuando uno lee y escucha atentamente estas declaraciones no puede por menos que pensar que algo no encaja. Los compradores de la marca buscan su legítimo beneficio y están seguros de encontrarlo, ellos sabrán cómo, pero difícilmente será haciendo los productos Lladró que hicieron de ese nombre lo que fue, porque con la desaparición de la familia, sobre todo de los hermanos fundadores, y la de la casi totalidad de la plantilla histórica, el alma de Lladró ha muerto. Si pervive será una cosa distinta de lo que ha sido hasta hace poco. Y los que han puesto en venta la empresa hace tiempo que no saben qué decir con tal de justificar su fracaso. Empezaron echando la culpa al 11S, luego a la crisis y finalmente a los supuestos cambios de gusto de los consumidores que, a juzgar por lo que dicen, se ha producido en un tiempo récord.

Negar la mayor

Hay que negar la mayor. Las personas que hace apenas quince años se agolpaban en las promociones que hacíamos por todo el mundo para comprar nuestras figuras, ni han desparecido en masa ni su gusto ha cambiado tan drásticamente y tan rápido como nos pretenden hacer creer. Las figuras siguen teniendo su público, pero la empresa lo ha perdido cometiendo un error tras otro. La porcelana está viva y seguirá viva. Lladró renovó una tradición europea de más de cinco siglos renovando y mejorando notablemente unas técnicas de fabricación que se transmitieron de generación en generación. Gracias a eso, a un buen liderazgo y a un contexto social y económico favorables, Lladró, una empresa surgida de la nada en la Huerta de Valencia, reinó donde hasta ese momento sólo lo habían podido hacer fábricas que contaban con fabulosos recursos y los apoyos de la realeza. Y lo hizo en todo el mundo, con un predominio indiscutible.

Milagro

Ese logro se podía haber prolongado muchísimo en el tiempo. La cerámica existe desde los comienzos de la historia. Y seguirá existiendo por encima de modas más o menos efímeras. Las personas necesitan objetos perdurables en los que anclar sus sentimientos, y la porcelana ha demostrado ser un compañero perfecto para el ser humano dentro de las paredes de un hogar. Se sigue haciendo en muchas partes del mundo, se sigue comprando y se sigue coleccionando. Pero me temo que, para desgracia de todos los que hicimos de Lladró lo que fue, la porcelana del futuro no llevará ese nombre, aunque la multitud de figuras que se conservan en las colecciones privadas de todo el mundo siempre estarán ahí para dar fe de aquel milagro.