En efecto, no eran bravuconadas, simples estrategias electoralistas que se disolverían tras asumir las responsabilidades de gobierno. «América primero», ha dicho el nuevo presidente: antepongamos el egoísmo insolidario en un mundo donde reina la desigualdad, retomemos nuestro inveterado afán de liderazgo. Comencemos a blindarnos ante la pobreza y el extranjero: prohibamos la entrada de refugiados con otra religión, levantemos muros más inexpugnables que los que ya hay, y tratemos de que los paguen los pobres, como castigo por su pecado de pobreza.

«Tenemos que combatir el fuego con el fuego», no con el agua, sino con más fuego, ha dicho el nuevo líder: combatamos el daño con más daño. El siguiente paso: Donald Trump ha afirmado que no es contrario a ciertas formas de tortura, como el ahogamiento simulado, que aunque no mate sí hace sufrir. Toda una declaración de intenciones, situarse por encima de las convenciones internacionales contra la tortura, por encima de los derechos humanos. Todo esto que ha dicho, y la forma de expresarlo, nos recuerda peligrosamente la evolución de los fascismos del siglo XX. La misma iluminada convicción lanzando mentiras como puños y complaciéndose de ver lo bien que enraízan entre sus votantes. El mismo populismo de «todo por el pueblo», arrogándose cada vez más y más poder, para él y los suyos.

Su discurso de toma de posesión expresaba un desarrollismo de progreso prometeico que es la antítesis de lo que habría que hacer para proteger el clima y el equilibrio ecosistémico del que dependemos. Es curioso que Trump hable de proteccionismo en un mundo globalizado a imagen del capitalismo norteamericano. ¿Van a pagar los mismos sueldos de miseria en Estados Unidos las multinacionales norteamericanas que fabrican en el sudeste asiático, o en la zona franca de México? ¿O querrán sus votantes pagar el doble por el mismo producto ya que a partir de ahora lo fabricará un estadounidense en Estados Unidos? Qué fácil es manejar las palabras, veremos en qué queda la cosa. Es sorprendente cómo ha hecho tabula rasa con dos esforzados mandatos de Barack Obama, como un nuevo amanecer que nos librará de la oscuridad y el deterioro anterior. Nada más lejos de la realidad: Obama ha conseguido activar la producción y disminuir el paro hasta alcanzar cifras cercanas al pleno empleo, ha aumentado la protección social y la igualdad...

«América primero», este es el plan de Trump. Pero en realidad no se refiere a toda América, sino a la América de clase acomodada y de raza blanca que desea incrementar su poder. No se refiere a los negros pobres, ni a los hispanos pobres, ni a cualquier pobre, aunque sean blanco y estadounidense.