Ahora que el asunto está convenientemente sustanciado, se ve que ha llegado el momento de pensárselo de nuevo y pedir perdón. Ha hecho falta un tinglado judicial de los que hacen época, un número circense por las alcantarillas de la diplomacia y un sentido del tiempo que en ninguna parte funciona con tantas simas creativas como en la cabeza de Mariano Rajoy. El Yak42, esa ratonera a conciencia creada por la incuria, conserva todavía la indocilidad de los duelos lentos, que son aquellos que se resisten a asimilarse por la persistencia de la injusticia y la humillación. Si tendenciosas e irresponsables fueron las declaraciones de Federico Trillo después de la catástrofe, en plena conmoción, peor ha sido el tratamiento posterior y bondadosamente reciente de buena parte del PP. Primero enviando a sus voceros extraoficiales a decir salvajadas por los platós y más tarde intentando exprimir los subterfugios para evitar hacer lo único que era de recibo desde el inicio del encausamiento: el comparecer frente a los medios para asumir con arrojo los errores y la responsabilidad.

Entre los escarceos arrogantes de Trillo y la intervención de Dolores de Cospedal se han dejado pasar demasiados años. Algunos, además, sobrecargados de una inacción que resulta a la postre tan violenta como los argumentos estrafalarios vomitados en la tele. Rajoy, en su tancredismo de Bartleby, ha llegado incluso a aplicar su estrategia todoterreno, que es la de no hacer nada y esperar a que al cielo le dé por escampar. Por más que en asuntos de sangre, y eso se sabe desde antes de Espronceda, no hay mucho, ni ahora ni nunca, que se pueda silenciar. La maniobra no es nueva: da la sensación de que el PP se mueve a menudo con un reloj mojado que le permite administrarse bulas contra todo tipo de lógica. Incluida la de la actualidad. Con el Yak42, el Gobierno ha buscado situarse en el único tiempo de defensa que le es suntuosamente propicio y que casi siempre se ubica entre la amnesia y la prescripción. Sin embargo, la justicia le ha cambiado el paso, aquí en lo sustanciado quedaba mucho aún que sustanciar. Especialmente, por el extremo más doloroso, que es el que ocupa a los familiares, incapaces de descansar hasta que no se obtenga una reparación.

Las palabras de Cospedal, pronunciadas un poco también en clave de polvorín interno, llegaron deshonrosamente tarde. Y todo por una obstinación que tiene mucho de protección del amigote, pago de favor orgánico y, sobre todo, de inmadurez política. Lo primero para construir una sociedad adulta quizá sea buscar líderes que estén por encima del infantilismo congénito del juego de máscaras y biombos en el que a veces se diluye la política comunicativa del PP. Uno ve otros países y siente envidia; principalmente por la presión y el código de lo inadmisible de la sociedad, que obliga a dar la cara, a contestar mil y una vez y sin acuerdos tácitos a los periodistas, a apechugar cabalmente con la responsabilidad.