La periodista se dirigía a Fátima Báñez en la rueda de prensa y requería datos sobre los jóvenes que estaban emigrando. La ministra respondió con aquello de «eso se llama movilidad exterior». La realidad primaba para estructurar el lenguaje de la periodista. Sano principio.

Siempre cabe seguir el criterio de la periodista y no el de doña Fátima. Esto es, cabe dar nombre a una función y que se le atribuya a alguien en razón de lo que ha estado ejerciendo durante años y años, aunque no la desarrolle en el momento en el que se habla de un tema. Un conocido editor sabedor de que había diseñado y gobernado una colección, seleccionado o encargado los distintos números de la misma, etcétera, se refirió a mi actividad como editor académico sin incluir partícula alguna temporal. Es claro que me calificaba de editor en función de la tarea cuyo rastro puede seguirse a través de toda España e Iberoamérica en decenas de miles de ejemplares vendidos; además, calificó como académica la actividad en razón del contenido de las publicaciones. Pero no olvidó incluir algo que sabía era motivo de mi aprecio personal: Universitat de València.

Así pues, Manuel Ortuño, como más tarde Joan Carles Martí, se refieren a mí asociando mi nombre a la actividad del editor académico y al de la Universitat de València. Eso sí, sin incluir clausula alguna temporal. Dicen eso de mí porque voy a hablar de edición. Si hubiera hablado de la enseñanza Secundaria es muy probable que me hubieran presentado como profesor de Filosofía de Enseñanza Media, actividad que hace muchos años abandoné. La actividad que me es atribuida es próxima al tema y esa proximidad lleva a la rotulación. Por tanto, al aceptar esa presentación no me atribuyo que esté «ostentando ese cargo», tal como me recuerda nuestro vicerrector de Cultura que no debo hacer. Esa presentación hace justicia a mi actividad.

Ambos editores me reconocen el ejercicio de esta actividad en un trabajo que apuesta por la reorganización de la edición oficial a la que he servido y de la que soy un abierto defensor. Copiosas trazas de esta dedicación han quedado plasmadas en publicaciones, seminarios, conferencias y, sobre todo, en las decenas de miles de copias que llevan grabado mi nombre en la página de créditos; nombre que siempre está asociado a la actividad de dirección editorial de la colección. Una vez más he defendido que solo creo en el futuro de la edición oficial si pasa a ser regulada, si se favorece que penetre la luz hasta el último rincón y si se estructura una programación en la que participen los distintos editores oficiales de la Comunitat que, además, deberán ofrecer los datos en cada enero del proyecto desarrollado. Estas tesis las expongo y defiendo solo en mi nombre y no por ostentar cargo o plaza en la actualidad entre el personal de la Universitat de Valéncia.

Espero que este breve texto legitime el proceder del editor de Texturas y del periodista de Levante-EMV. Pero, sobre todo, que libere al vicerrector de Cultura de la Universitat de València de «exigir(me) un desmentido por los medios que sean adecuados». Hoy he cumplido con su exigencia; en otro momento hablaremos de la edición oficial y de la regulación dada en nuestra comunidad. Ese es el tema relevante en el que espero sea especialmente orientadora la participación de las universidades de la Comunitat Valenciana y que no utilicen su autonomía para legitimar la capilla en la que habrá de oficiar quien tenga el poder. Hablaré del tema, aunque, como deben suponer los autores que han colaborado conmigo, habría preferido evitarme este folio. El desmentido me ha venido impuesto. Justo pago a la dedicación prestada.