Hace unas semanas, en la ciudad de Roma, en la cercanía del Vaticano y en otros distritos nobles, aparecieron pasquines y enormes carteles con la imagen de Francisco y textos alusivos a su forma de llevar la Iglesia Católica. Por lo escrito en los carteles parece una maniobra de la anquilosada, rica y acomodada Curia vaticana.

Parte de esta anónima campaña es por cuestiones de poder político dentro de órdenes e institutos de la órbita de la Iglesia, como la Orden de Malta o el malestar de los Franciscanos de la Inmaculada. Por otra parte, el fondo del asunto es la exhortación apostólica Amoris laetitia, que es la comunicación del papa a la Iglesia en su conjunto de lo acordado y tratado en el sínodo episcopal dedicado a la familia, donde se recogen aspectos importantes de la nueva realidad social, donde las distintas formas de familia son un desafío para la Iglesia, y exhorta a los sacerdotes y obispos a poner en práctica lo analizado.

No hay que olvidar que este papa es jesuita y que antes de hablar observa, analiza y actúa, tal es la forma radical que tienen los jesuitas de poner el dedo en la llaga de la realidad, motivo por el cual han muerto muchos en el mundo. Francisco llegó a la cátedra hace cuatro años y al poco tiempo de su elección la revista Time lo posicionó como una de las cien personas más influyentes del mundo, nominándolo unos meses más tarde persona del año 2013. Por las mismas fechas, y ante la expectación provocada por su elección, la revista Rolling Stone llevó a la portada una fotografía de Francisco.

Así podemos considerar que para la inmensa mayoría de católicos del mundo esta elección fue acertada y liberadora, cuando empezó su pastoral con críticas abiertas a la curia y a todo el montaje económico del Vaticano, y más concretamente cuando empezó -y no ha terminado aún- de limpiar el templo de pedófilos y pederastas que salen a cientos -los últimos en Australia- y enfilar a aquellos hipócritas de la curia que gozan de unas prebendas escandalosas. Todo esto ha provocado que los sectores de la Iglesia que trabajan a pie de obra hagan su labor apoyados por el papa, pero apartados o ninguneados por sus obispos en las distintas diócesis repartidas por el mundo.

Atrás debe quedar la podredumbre moral de discutir por preservativos, divorciados, homosexuales o parejas en concubinato público, que por lo visto desequilibraban a la comunidad de fieles. La teología de Francisco -con sus sombras- es de liberación, porque si no, no es teología, sino ortodoxia y dogmática, que deviene en ortopraxis puestas en común en regiones del mundo donde es imposible su divisa -la misericordia- por las condiciones sociales de sus pueblos.

Jorge Mario Bergoglio, elegido en quinta votación, está en una situación crítica que brota de la misma fuente de la que bebe: la Iglesia, esa Iglesia que quiere seguir con los privilegios y canonjías es a la que se ha enfrentado y no tengo claro hasta dónde llega el pulso y si conseguirá redimir una institución que aún oculta riqueza y no ha mostrado lo que la llevó a ponerse del lado de los marginados: la pobreza, la mayor de las violencias para el ser humano.

Estamos en un momento delicado: Francisco, el del rostro alegre, risueño, el vehemente en otras ocasiones, el austero, el que perdona y no juzga, ha perdido la sonrisa y se muestra contrariado. Este papa del que se espera aún tanto, está en peligro e intuyo que las amenazas no son de grupos salvajes, sino de los lobos de su propia guarida.