Las palabras están ahí y significan lo que significan. El problema se presenta cuando observamos que el significado es el uso y que el uso es muy distinto entre los usuarios. Es así, cuando usamos las mismas palabras pero con significados distintos y referidas a situaciones diferentes, cuando el diálogo social (redundante: si no es social, no es diálogo) se convierte en un diálogo de besugos y en una Babel de la confusión, no porque hablemos muchas lenguas distintas, sino porque hablamos distinto la misma. En fin, un río revuelto para ganancia de no sé qué pescadores.

Algo de lo que acabo de expresar está ocurriendo con el razonable asunto del requisito lingüístico o con la no menos razonable propuesta del decreto del plurilingüismo y el guerracivilismo de sus empecinados enemigos. Hablan de normativa «discriminatoria», de «invasión de la libertad de elección», de «imposición», de que los padres no han decidido el reparto de horas, etcétera. Y uno, la verdad y con ingenuidad, no entiende lo que ellos entienden por discriminación, libertad, imposición o lo adecuado de su aplicación a las situaciones a las que se oponen. No cree uno que haya discriminación de ningún tipo cuando las oportunidades son las mismas, ni que la libertad de elección y decisión de los padres deba llegar a tanto: tal parece que la educación, que es pública con independencia de quién la imparta, porque tiene que ver los derechos comunes, debiera estar en manos de la decisión de los particulares. («A mis hijos los educo yo o yo elijo cómo los educan, en qué lengua», dicen. Y la verdad es que ya tardan. Pero se olvidan de que «a los ciudadanos y vecinos los educamos "nosotros", porque existe un bien común que proteger». ¿Es el valenciano un bien común que proteger?).

Y en mitad de esta pequeña tempestad sobre el plurilingüismo, ¿qué hace o dice el Partido Popular de València? Pues agitarla, encabezarla y empujarla con una «caravana educativa» que es como un bou embolat cabeceando entre rastrojos resecos. Así, hablaba Vicente Betoret de «macabra» utilización de la lengua para lograr «objetivos ideológicos» y de la «imposición» del valenciano que provoca la «minorización" del castellano». ¡Hombre, Vicentín, ya son ganas de joder! ¿Minorización del castellano? Ni esa es la más que evidente realidad, sino la contraria, ni esa es la intención del decreto. ¿Imposición del valenciano? Quizá mejor obligación de promoverlo para normalizarlo ¿Macabra o cabrona utilización de la lengua para objetivos ideológicos? ¿De qué estamos hablando, del decreto, del pasado más reciente o de la caravana? No escarmientan i fan més mal que una pedregà.