No hay otro remedio, la derrota de la ultraderecha en Holanda demuestra a las claras que esa, la participación, era la única forma de evitar lo peor y tener que lamentarse luego. Escribo esto sin entusiasmo por la victoria de la derecha pero con la tranquilidad de que los nacionalismos xenófobos no se extiendan por el mundo con su rémora de muros y armamento. En mi opinión, el éxito de Donald (como le gustaba llamarle a Clinton) en EE UU o el del llamado brexit tienen dos motivos claros que se reducen a uno solo: el descrédito de los partidos y la abstención de los ciudadanos. Esto último es lo que deja las decisiones en manos de los otros y de ahí que las hipótesis menos probables acaben dando los peores resultados.

Por supuesto que lo mejor sería que surgieran nuevos partidos, con las manos limpias, capaces de ilusionar a los ciudadanos y ponerse al servicio de sus intereses o que, en un ejercicio de autocrítica y generosidad, los partidos tradicionales reconocieran los abusos del pasado y retiraran de sus filas a los corruptos por acción u omisión. Lamentablemente, esta opción también exige participación y sería desastroso que la vieja nomenclatura socialista pusiera al frente del PSOE a Susana Díaz con un programa pactista y tolerante con el PP que acabaría haciendo bueno a Cs; por lo mismo que la abstención de quienes se dejaron extorsionar por el órdago de Pablo Iglesias, acabó aupando en Podemos a quienes piensan que la supresión de la emisión de celebraciones religiosas en la televisión pública es un tema de igual o mayor importancia que mantener las tarifas eléctricas, del agua y del gas en términos apropiados a los salarios de este país, reducir el sinnúmero de representantes locales, comarcales, provinciales, autonómicos, diputados y senadores, amén de la nómina de asesores.

Las soluciones solo están en nuestras manos, en las de las mujeres y los hombres que pensamos que hay otras formas de hacer las cosas, otras prioridades distintas de las que atisban a ver nuestros representantes, encerrados en el capullo que tejen a su alrededor multinacionales, aduladores y paniaguados y que acaban consiguiendo que pierdan de vista la realidad del ciudadano de a pie. Como dice mi buen amigo el pintor Antonio Ferri, que oyó en un comentario de Radio Clásica (¿será que la resistencia ya se está organizando?) un nuevo feudalismo, que trata de convertirnos en siervos dependientes, se está aupando por los poderes fácticos y sus testaferros y solo podremos salir de esa trampa con arrojo y nuevas ideas, con solidaridad y dignidad, denunciando los privilegios y creando una sociedad más justa y sin exclusiones. Me temo que esa tarea es demasiado importante para dejarla en manos de nuestros representantes actuales.