Entre dos turnos electorales presidenciales, Francia se debate entre el apoyo a una candidata de extrema derecha con todo lo que conlleva (rechazo de los inmigrantes, cierre de las fronteras, salida de Europa...) o el apoyo a un candidato, a veces de centro derecha, otras de centro izquierda, y la abstención que representa a muchos electores que no se identifican con ninguno de los dos candidatos. En otras palabras, hoy los franceses han de elegir entre Marine Le Pen, Emmanuel Macron y abstención.

Desde hace varias décadas, la extrema derecha ocupa y gana siempre más espacio en el paisaje político francés. Los mensajes de padre e hija Le Pen son idénticos aunque ésta ha suavizado el tono. Para ellos, si Francia está mal, es la culpa de€ Las líneas concedidas para este artículo no bastarían para completar la frase. Pero podemos resumirla en un término: rechazo. El Frente Nacional rechaza. Y hoy es aspirante a presidenta la campeona del rechazo a pesar de presentarse como «siendo el pueblo», al igual que Luis XIV afirmaba «el Estado, soy yo».

Enfrente ha emergido un joven exministro, exbanquero quien, en menos de un año, ha creado un movimiento -¡En Marcha!- y que pretende situarse ni a la derecha ni a la izquierda. Para el elector francés es muy desestabilizante y más aún cuando el programa de Macron queda por definirse aunque el logo de su movimiento está formado de tinta liberal. Algunos osan hacer la comparación odiosa con Tony Blair. Macron, antiguo ministro de un gobierno socialista, representaría la tercera vía francesa.

En realidad, tanto el hombre como su grupo son intercambiables con las ideas políticas. La prueba radica en la reunión en su seno de antiguos y actuales barones de la derecha o centro derecha (Dousteblazy o Bayrou) así como de la izquierda (como el ex presidente de gobierno, Manuel Valls). Por ello no es de extrañar que los periodistas califiquen a Macron de OPNI (Objeto Político No Identificado).

Nos queda hablar de la otra invitada en el segundo turno electoral, la abstención. No deja de crecer en cada elección. En el primer turno presidencial del 23 de abril, la tasa de abstención fue del 22,23 % y la del 22 de abril 2012 era de 20,52 %. Generalmente, en el segundo turno, la abstención disminuye un poco debido a la bipolarización de la elección. Detrás de la abstención encontramos a muchos electores que o bien no saben a quién dar sus preferencias, o bien entienden que todos los candidatos son iguales en términos de incompetencia y de alejamiento de sus preocupaciones. Con los últimos escándalos de nepotismo y corrupción que han salpicado ambas partes del tablero político, también el grito populista «todos podridos» encuentra un eco en los cerebros del electorado francés.

En cuanto a los principales partidos tradicionales -Los Republicanos (François Fillon) y el Partido Socialista (Benoît Hamon)- su debacle electoral refleja el replanteamiento, tanto de sus candidatos como de sus programas, incluso de su existencia misma. La primera lección que podemos extraer del primer turno es que el partido socialista francés ha muerto. Detrás de la izquierda radical -La France Insoumise (Jean-Luc Mélenchon)- el PS francés se hunde como una nave agujereada, y sus barones, con Valls a la cabeza, huyen como las ratas hacia los brazos de Macron.

En cuanto a la derecha, Los Republicanos están muy debilitados porque los escándalos de los trajes y de los empleos ficticios han llevado a Fillon a renunciar a presentarse a las elecciones legislativas que siguen automáticamente a las presidenciales. En el seno del partido, el ajuste de cuentas ya ha empezado entre sus distintos clanes.

En el segundo turno presidencial de 2002, los electores tuvieron que elegir entre la derecha de Jacques Chirac y la extrema de Jean-Marie Le Pen. Todos los partidos llamaron al voto del candidato Chirac. La movilización era contundente puesto que éste obtuvo 82 % de votos. En cambio, las figuras políticas actuales ya no se muestran unánimes en cuanto al voto que detenga al Frente Nacional. Incluso, alguna que se dice soberanista y gaullista -Nicolas Dupont-Aignan- ha preferido asociarse con el partido de los antiguos colaboracionistas del ocupante nazi y de los partidarios de un frexit (salida de Francia de la Unión Europea).

La presidencia de Macron es probable y, vista la situación, deseable, pero el precio de su victoria será muy alto porque, pase lo que pase, Marine Le Pen y sus seguidores ya han ganado la actual y las futuras batallas electorales. No faltan las razones. Así, el Frente Nacional ocupa definitivamente la escena política al mayor nivel; el presidencial. Por segunda vez después de la Segunda Guerra Mundial una parte del electorado francés lo legitima al igual que los otros partidos tradicionales.

Además, ¡En Marcha!, por ser un movimiento recién nacido, no está tan consolidado, ni al nivel presidencial, ni al nivel de las elecciones legislativas o europeas. Un programa no definido, una ideología no identificada, una macedonia de representantes políticos diversos€ situaciones que se convierten en factores muy desfavorables en términos de cohesión política frente a un partido consolidado en las asambleas desde 1985. Pero lo más destacable radica en que, en el mejor de los casos, el partido de Le Pen puede convertirse en fuerza de cohabitación con el presidente Macron o, en el peor de los casos, el primer partido de oposición frente a un gobierno de ¡En Marcha!.

De facto o virtualmente, el Frente Nacional ya ha ganado. La V República francesa y sus instituciones están en llamas pero «tout va très bien, Madame la Marquise», en expresión proverbial para designar una actitud de ceguera de cara a una situación desesperada.