Donald Trump se fue... Pero no de la Casa Blanca, no, sino del Acuerdo de París sobre el clima. Debemos constatar que, por desgracia, el presidente de Estados Unidos está intentado llevar a la práctica todo aquello que prometió en su campaña electoral. Afortunadamente, una tácita alianza entre su propio partido y la oposición, junto a algunos jueces juiciosos, han conseguido evitar mucho desafuero, pero no esta promesa en concreto.

Y digo que se fue Donald, porque en realidad esta retirada no necesariamente refleja una opinión nacional. Incluso algunas petroleras con Chevron o Exxon han criticado la autoexclusión del acuerdo. Trump no actúa como presidente de una nación, sino como el empresario que es: cuando algo no le interesa lo niega, cuando un acuerdo puede no ser rentable en términos económicos o de rédito electoralista, lo abandona. Una vez más su particular «América primero», resulta una estrecha visión nacionalista que es muy peligrosa en relación a problemas ecológicos como los vinculados al clima, que son mundiales, no nacionales.

Que el segundo país más contaminante -después de China- abandone el acuerdo, dificulta mucho más su ya cuestionable éxito. Recordemos que se trata de un acuerdo sin compromisos vinculantes ni penalizaciones. Un pacto de simples buenas intenciones, que marcaba un objetivo importante: no rebasar a finales de siglo un aumento de 2 grados respecto a la temperatura preindustrial, pero sin marcar una hoja de ruta vinculante que lo hiciera posible. Por eso hubo consenso, porque no había compromisos estrictos.

En cualquier caso, se da un importante autoengaño en la percepción de nuestra capacidad de controlar el clima: no es evidente que podamos evitar el aumento sostenido de las temperaturas, y sus efectos adversos, una vez se ha iniciado el deshielo del Ártico y la acidificación de los océanos. Y no podremos minimizar sus efectos si mantenemos nuestro actual modelo de transporte y producción globalizada, íntimamente dependiente de los combustibles fósiles. Una civilización que no contribuya al calentamiento global sería muy distinta a la nuestra, alejándose de los objetivos de crecimiento económico y de la hipermovilidad actual. Desarrollaría sociedades de economía relocalizada y metabolismo sostenible, cuyos objetivos de progreso se centrarían en cero emisiones y 100 % fuentes de energía renovable. Sociedades que no se basarían en el consumo, sino en la suficiencia, en la colaboración, no en la competitividad. Muy distintas, por tanto, de las que representaban los líderes firmantes del Acuerdo de París, y en las antípodas de los votantes de Trump.

Recordemos que todo lo que no sea emprender colectivamente el camino de la sostenibilidad y la suficiencia, es acelerar el declive civilizatorio disfrazado de «desarrollo» y falso progreso. Pan para hoy y hambre y deterioro para mañana.