La red de los Centros de Desarrollo de Turismo (CDT) de la Comunitat Valenciana es el dinero público mejor invertido que conozco. He visto cómo recogían a chavales sin oficio ni beneficio (sin un mínimo de educación ni hábitos de trabajo) para devolverlos, unos meses después, orgullosos de su oficio, disciplinados, ilusionados y cargados de autoestima.

Por otro lado, fue el CDT el que impulsó el desarrollo gastronómico de esta tierra. Muchos cocineros profesionales me han confesado que gracias a sus cursos de formación continua aprendieron a ligar un pil-pil, a desvenar un foie o a preparar una mouse como dios manda. Algo parecido sucedió con la sala. Cualquier sumiller que pinta algo en esta tierra ha pasado por su prestigioso curso de cata. Incluidas grandes figuras del panorama nacional como Maximiliano Bao, Raquel Torrijos o Luca Bernasconi.

Los CDT han sido la mejor herramienta formativa que ha tenido un sector que ha aumentado como ningún otro su cualificación profesional. Pero, además, han hecho una labor social increíble. En la época dura de la crisis ofrecieron una puerta a la esperanza a una multitud de profesionales que llegaban con una biografía interrumpida y sin nuevos capítulos en el índice.

El pasado de los CDT justifica su existencia, pero el futuro debe dar respuesta a nuevos desafíos y necesidades. A mi modo de ver, los más urgentes son:

· Seleccionar alumnos que, además de ser brillantes, vayan a destinar su vida al oficio. He visto a licenciados universitarios reciclándose en los CDT. Fueron magníficos alumnos durante nueve meses pero nada más pisar el restaurante entendieron que ésa no era su vida. Ahora preparan grandes comidas para su familia el día de Navidad. Un capricho que nos costó caro a los contribuyentes.

· Recuperar la dignidad del profesorado. El CDT tiene un buen equipo de profesionales que permanecen en la institución por pura vocación. Algunos de los mejores se fueron por culpa de unos salarios demasiado ajustados. Un profesor del CDT cobra casi la mitad que uno de formación reglada y puedo asegurar que tienen más experiencia y se entregan con la misma (si no más) vocación y empeño.

· Convencer al empresariado de la necesidad de tener una sala bien formada. Hoy en día hay tanta vocación por la cocina que el empresario no necesita exigir formación al cocinero porque la traen de serie. Pero en la sala no es lo mismo. Muchos trabajadores se postulan para camareros sin más vocación que la de ganarse un jornal. Sin un mínimo de formación no deberían ser aceptados en la empresa. Y la experiencia no sustituye a la formación.

Me consta que Francesc Colomer, secretario autonómico de Turismo, valora en la misma medida que yo la trayectoria de estos centros. Sé, además, que tiene proyectos para impulsarlos: cursos de más duración, volver a las clases magistrales de los grandes maestros que tanto ilusionaron al sector en otros tiempos, nuevas áreas de formación?y un lema que repite constantemente a sus trabajadores para que no olviden su misión: Formar, cualificar, dignificar. Hay voluntad política y buenos profesionales para impulsar de nuevo el proyecto. Espero que también haya el dinero necesario.