Las noticias que surgen a raíz de fiestas tan concurridas como son las de San Fermín no son para nada agradables. Y es que, año tras año, y no sólo en esta festividad, conocemos la existencia de un nuevo abuso o agresión sexual. Todo el mundo se hace la misma pregunta: ¿cómo puede ser? La razón es que por mucho que los tiempos hayan avanzado, hay quienes no son capaces de controlar su primitivo instinto sexual y deciden cruzar esa barrera moral que separa lo permitido de lo prohibido. Como criminólogo me veo en la obligación de promover una de las ideas clave de mi disciplina: la prevención. Idea que pretende evitar el suceso y sus consecuencias, y no tanto castigar a quien lo realiza.

Algunos pondrán el grito en el cielo al pensar que en estos casos la víctima también debe de intentar prevenir este tipo de situaciones. Aunque resulte molesto, debemos sacrificar un pedacito de nuestra libertad para garantizar nuestra seguridad y sexualidad; y es que a día de hoy no es posible prevenir actos así si no es limitando algunos derechos de las víctimas. Todos, como potenciales víctimas, debemos autoprotegernos. Tomar medidas que tiendan a prevenir estos abusos y, en consecuencia, prevenir los consiguientes graves daños físicos y morales que, en muchas ocasiones y sobre todo estos últimos, sí que supondrán graves desajustes en nuestras vidas.

Y para nada esto justifica una agresión sexual. Lo que ocurre es que, en muchas ocasiones, está en nuestra mano evitar nuestra propia victimización. El problema se complica en situaciones de gran aforo, donde esto brinda cierto anonimato al agresor, haciéndole sentirse seguro y atacar a su presa. El primitivo instinto sexual unido a la falta de autocontrol del mismo son los precipitantes fundamentales que dan pie a un abuso sexual. Por ello es importante que tomemos todas las medidas que podamos para protegernos. Y es que la teoría está muy clara: hay que prevenir este tipo de actos. ¿Y la práctica? Es muy difícil llegar a ello si no tomamos conciencia y nos autoimponemos ciertas limitaciones en pro de nuestra indemnidad y libertad sexual. ¿O es que podemos costearnos un guardaespaldas las 24 horas? Siendo realistas, no. Nosotros somos nuestro primer factor de riesgo a la vez que de protección. Supongamos ambas circunstancias en una balanza ¿Por qué no hacer algo para desequilibrarla a favor de la protección?

Por supuesto que nada justifica un acto en contra de la voluntad de nadie. Pero además del reproche para el agresor, no está mal darle un toque de atención a la víctima que se auto pone en peligro de forma imprudente. Apliquémonos la famosa cita de Cicerón: «Errar es humano; pero perseverar en el error es diabólico». Aprendamos de los errores de otros para no cometerlos y así no convertirnos en el error del que otros aprendan.