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'E la nave va'

El viernes de la semana pasada, Rajoy buscó reivindicarse como un político normal para una época que no lo es. Pero en los próximos meses sabremos hacia dónde se dirige la democracia española. Si la nave va o no va.

«E la nave va», se diría, como en la extraordinaria comedia de Federico Fellini. La nave va a toda vela, beneficiándose de una recuperación económica que está sorprendiendo por su ímpetu a la comunidad internacional: crecimientos constantes por encima del 3 % del PIB, una fuerte creación de empleo y, sobre todo, la consolidación de un modelo cada vez menos dependiente de la construcción y del crédito, y con mayor sesgo exportador. Son datos objetivos que se corresponden con una impresión subjetiva bastante generalizada: la de un nuevo florecimiento de la economía cuyos principales beneficios se concentran en pocas manos, no mucho más allá del 20 ó 25 % de la población. El discurso de Rajoy, como resumen del curso político, fue triunfante sin ser él hombre de entusiasmos. Buscó trazar el relato de la normalización después de la mayor crisis que ha vivido España, al menos desde la década de los setenta. Buscó reivindicarse como un político normal para una época que no lo ha sido y que sigue sin serlo. La nave va, nos quiso decir. O no.

La clave reside en esta incertidumbre: o no. El país se normaliza al mismo tiempo que el PSOE ha entrado en un proceso de radicalización que lo acerca al territorio minado de Podemos. El PP sigue zozobrando en un océano de casos de corrupción, lo cual impide que capitalice el voto de la estabilidad y la recuperación económica. Los salarios siguen hibernando, sin que se vislumbre una mejora notable en un horizonte más o menos cercano. La brecha social continúa en aumento a pesar de las bondades de un generoso Estado del Bienestar que garantiza las pensiones, la sanidad y la educación públicas. Y todavía queda el conflicto territorial, que constituye el problema central del país y el más urgente. Habrá seguramente un antes y un después del uno de octubre: se celebre o no el referéndum, se produzca o no un choque de trenes. Cuando se traspasan determinadas líneas nada vuelve a ser igual.

Rajoy sigue confiando en la vicepresidenta Saénz de Santamaría, a pesar de que ya son muchas las voces en el seno del PP que ponen en duda su capacidad política para contener el procés. De hecho, Puigdemont desea sólo de forma tangencial que tenga lugar el referéndum. En realidad, su objetivo último pasa por escenificar un conflicto a gran escala -manifestaciones masivas, ocupación de espacios públicos, aplicación del artículo 155, detenciones de líderes políticos- que le permita ser portada en los principales medios internacionales. Se trata de una variante bien estudiada de las revoluciones postmodernas, que se juegan sobre todo en el campo de la opinión pública.

Lo cierto es que difícilmente las cosas volverán a ser iguales después del uno de octubre, al menos durante bastante tiempo. La confianza se ha roto, los diques de contención se agrietan, la falta de respeto institucional se acentúa hasta límites desconocidos en la historia de la España democrática. E la nave va, sin duda, pero tiene que llegar a puerto. Y, una vez superado el Cabo de Hornos de los momentos más críticos de la economía, el destino de nuestra democracia se decide en estos próximos meses, mientras los bares siguen llenos, las rebajas animan el consumo y el calor nos invita a dormir una larga siesta.

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