Llegó septiembre. Empieza el año hidrológico, antesala del otoño que, en lo atmosférico, parece haberse adelantado. También los vientos viven sus estaciones, aunque hay aspectos inmutables. El Hemisferio Sur es más ventoso que el Norte, merced a esas latitudes entre los 40-60º S, con pico máximo hacia los 50, donde apenas los vientos se topan con la fricción continental. Tampoco cambian las calmas ecuatoriales ni la menor velocidad en los dominios continentales y anticiclónicos. A partir de ahí, las variaciones se suceden. Tal vez la más destacada es el incremento de las velocidades durante el invierno y sobre los océanos. Por aquí pasan los frentes polares en tormentosa sucesión y la atmósfera se agita. En el invierno boreal los vientos más potentes se dan en el Atlántico y Pacífico septentrionales, algo más al norte en el Atlántico, abierto al Ártico. Groenlandia sufre los vientos catabáticos, de elevada densidad por el frío de su bóveda helada, a 3.000 metros de altura. La llegada de nuestra primavera reduce las velocidades, pero cambian la tendencia en el Hemisferio Sur, donde comienzan a fortalecerse los vientos en las latitudes medias y, en especial, en el Índico y Pacífico Occidental. En ese mismo arco longitudinal pero en las costas antárticas, el dios Eolo empieza a vaciar sus pulmones y marca promedios estacionales por encima de los 20 m/s. Un buen anticipo de nuestro verano, invierno en el continente helado. Este momento alcanza el máximo de 24'1 m/s de promedio. Es la única estación en la que el máximo latitudinal no es para el ventoso cinturón austral. La Antártida toma el mando. En el Norte sobre un mantel azulado, los tonos del chorro de Findlater, precipitándose desde África oriental camino de la India, con el monzón a cuestas.