Cuando han surgido algunas dudas sobre el éxito inmediato y arrollador de la revolución secesionista han esgrimido en el campo nacionalista la necesidad de unos mediadores, de un diálogo, de una negociación en la que siempre se mantiene, claro está, la condición innegociable de la secesión. Lo patético es que algunas gentes de buena voluntad y dirigentes políticos y sociales que se dicen respetuosos con el Estado de derecho y el orden constitucional, se adelantaron, frenéticamente a exigir diálogo y negociación.

Al parecer olvidan que los dirigentes políticos nacionalistas que ejercían cargos institucionales en la Generalitat o en el Parlament han violado sistemáticamente la Constitución y el ordenamiento jurídico, incluido el Estatut de autonomía, en función del cual ocupaban esos puestos y ejercían esas funciones, se han burlado de la resoluciones de los tribunales y de los jueces y fiscales, han inducido a las masas, mediante las tácticas que hemos indicado más arriba, a provocar conflictos en la calle como parte de su método de asalto al poder. Por no señalar el negar la realidad existencial e histórica de España, de la que Catalunya siempre ha formado parte.

Es como si a una mujer violada -que podría ser la alegoría de la democracia española- se le forzara a dialogar y a negociar con su violador y éste, condescendiente, otorgara el sustituir en el futuro, una nueva violación por solo tocamientos libidinosos ¿se podría uno fiar del ejemplar comportamiento futuro de tal monstruo?

Ante el escándalo que esta actitud entreguista ha provocado, algunos políticos empiezan, sin gran entusiasmo, a matizar sus primeras adhesiones incondicionales al diálogo. Solo es posible que este ocurra cuando haya buena fe mutua, compromiso ético de asumir las reglas comunes existentes de convivencia política y voluntad de respetar lo pactado. Ello es imposible con la catadura moral de esa dirección nacionalista dispuesta a cualquier cosa, incluso a un enfrentamiento civil, y una ruina de su comunidad, con tal de ser monarcas de una república liliputiense. Cada cual tendrá que asumir sus responsabilidades y la menor sería la de las inhabilitaciones para participar en la vida pública ya que el sarcasmo mayor es que los autores de tales desafueros fueran a protagonizar con nuevas mascaradas y falacias el porvenir de las instituciones autonómicas. Tendrá que ser una nueva clase política, de plurales ideologías, pero de más sano comportamiento moral los que tengan que hablar y dialogar en el futuro.

En cuanto a esos otros políticos dispuestos a aliarse con el diablo en beneficio de sus mezquinos intereses -que ellos creen coincidir con el interés general- o esos otros tibios disponibles para ceder, y acoplarse a cualquier solución en la que salgan gananciosos, habrá que recordarles una triste anécdota histórica que ya adelanto a los fanáticos y sectarios escandalizables, que es muy diferente al marco español pero no a la debilidad y cobardía intemporal entre los que la protagonizaron entonces y algunos de los actores actuales.

Me refiero a aquel momento histórico, triste, amargo, vergonzoso, el llamado Acuerdo de Múnich, en donde los jefes de gobierno de Francia y del Reino Unido se reunieron con los dictadores Hitler y Mussolini y bajo la amenaza de un posible conflicto bélico, sacrificaron al pueblo checoslovaco, a la justicia y al derecho internacional, entregando la región de los Sudetes a Alemania y de esa debilidad se aprovechó el dictador poco después para invadir y apoderarse del resto de Checoslovaquia.

Al volver al Reino Unido, el premier Chamberlain se presentó como un salvador de la paz europea y mundial, y así fue recibido en la Cámara de los Comunes por la mayoría de los diputados. En la sesión del 5 de octubre de 1938, seis días después del triste acuerdo de Múnich, en esa Cámara de los Comunes solo un diputado se levantó al final, Winston Churchill, y tras reprochar al premier que hubiera cedido al chantaje en un ejercicio de sumisión inadmisible, añadió: «Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, elegísteis el deshonor y ahora tendréis la guerra», trágica profecía que se iba a cumplir al año siguiente y en la que Churchill fue uno de los héroes salvadores. Ciertamente, las circunstancias no pueden equipararse ni hay un horizonte de guerra, pero lo que es cierto es que la debilidad y la cobardía en la defensa del derecho y la justicia, puede arrastrarnos a cualquier desastre.