Aquel 17 de diciembre de 1963, en vísperas del solsticio de invierno, durante una de las noches más largas del año, se observó la temperatura más baja alcanzada en zonas pobladas de España. Fue en el observatorio de Calamocha-Fuentes Claras, en la provincia de Teruel, donde se alcanzaron los -30 ºC en un episodio frío que, realmente, no fue comparable en repercusión general para el conjunto del país con las olas de frío más famosas de la historia, como las de febrero de 1956 o la de las navidades de 1970-71. Aquellos míticos -30 ºC se mantienen como récord oficial de frío en zonas habitadas de España, con permiso de los -32 ºC registrados en 1956 en la estación meteorológica de alta montaña (más de 2.200 metros) del Estany Gento (Lleida), en un punto no habitado. Ese 17 de diciembre de hace 54 años en Molina de Aragón y Monreal del Campo el termómetro bajaba a los -28 ºC y en Luco de Jiloca, otra población cercana a Calamocha y Fuentes Claras, se llegaba a -27 ºC. Todos esos valores parecen hoy de otra era climática, pero estoy convencido de que se pueden volver a alcanzar cualquier día, porque dependen de factores atmosféricos que se siguen produciendo en la actualidad: una noche con viento en calma, cielo despejado y suelo completamente nevado tras una invasión de aire polar previa. Puede pasar allí o en muchas otras zonas de España en las que ya se ha bajado de los -20 ºC alguna vez. Gúdar y la Sierra de Albarracín en Teruel son otras candidatas, la comarca de la Cerdanya en Cataluña, las tierras sorianas próximas a Urbión, las parameras de Ávila, las montañas palentina y leonesa, Reinosa en Cantabria y algunas otras zonas que acreditan que el clima de España es uno de los más singulares del mundo.