Malos tiempos para las artes y la educación artística. Una doble consideración avala esta apreciación: la supresión de la materia de filosofía en el Bachillerato de Artes anunciada por Miquel Soler y el debate protagonizado por Albert Girona en torno a la dedicación y actividad de Davide Livermore. Dos temas de primera entidad y que unidos a otras consideraciones como las defendidas en estas páginas por Juan Lagardera (Una tormenta museística inunda el arte en València) o por Tomàs Llorens (Arte, educación y prestigio) obligan a tomar posición.

Todos conocemos a alguien que ha sentido un deseo especial de formarse en algún campo del arte y, por tanto, hemos sabido de primera mano la entrega con la que, desde la infancia, persiguió dar satisfacción a ese deseo. Esa dedicación conllevaba en ocasiones una verdadera extenuación, pues quien alentaba la aspiración de dedicarse a la danza o a la música debía cumplir con unos horarios y una organización del curriculum que no había sido pensada en función de hacer de la dedicación a la actividad artística el hilo conductor de su formación. Por ello, hace tiempo que me he referido al trato dado al conocimiento de las artes por el sistema educativo con esta afirmación: "Olvido hasta la hostilidad". Esa hostilidad sigue vigente. La prueba la ha facilitado Miquel Soler: en el próximo curso los alumnos de artes no cursarán filosofía "por la complejidad y especialización de esta modalidad". ¿El nuevo decreto no debería diseñar una reorganización de la dedicación a las artes que no requiera doblar horas de dedicación? ¿No sería el momento en el que la filosofía podría aportar elementos claves para esa reorganización? Si a la relación con el arte se piensa dedicar una vida y si "nada referente al arte es evidente: ni en él mismo, ni en su relación con la totalidad, ni siquiera en su derecho a la existencia" (Adorno), ¿no sería razonable recuperar para la educación artística la teoría estética que nuestra cultura ha asociado al mismo desarrollo del arte? Dar respuesta exige sin duda alguna otorgar presencia a la filosofía/teoría estética. No cabe prescindir de la teoría estética, pues debería ser el verdadero hilo conductor de esa formación.

La dimisión de Livermore ha sido verdaderamente significativa, pues todo parece indicar que se fuerza esa dimisión al no reconocer que la ideación de una puesta en escena en París o Nueva York es en sí misma una producción protegida por la propiedad intelectual como lo es que un profesor imparta una conferencia en Nueva York, París o Segovia, aunque dirija un departamento universitario; la ideación es algo consustancial a su función y profesión que debiera poder ejercer manteniendo el contrato en Les Arts. Lo cierto es que al sugerir Girona la posibilidad de realizar una consulta con Plácido Domingo, nos dijo aquello de "qué interés puede tener consultar a una persona que es de fuera". Pues bien, tiene interés y mucho, pues este señor posee un saber hacer, acreditado en los cuatro puntos cardinales, y su conocimiento le hubiera podido ser de utilidad, pues su saber hacer es valioso en sí mismo venga quien lo imparte del infierno, del corazón (si lo tiene) de la Comunitat Valenciana o de fuera. Ya hemos visto que el secretario de Cultura, carente de proyectos o ideas, ha preferido polemizar aportando miserias. No me importa si pagó o no su entrada; a nadie le importa. Sí que nos preocupa que Girona siga rigiendo y regulando los intereses de la cultura.