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Hablemos de España... y de nada más

En 2004, el PSOE de Zapatero logró una sorprendente victoria electoral que truncó la continuidad del proyecto conservador, que José María Aznar había puesto en manos de Mariano Rajoy. Cuatro años después, Zapatero se presentaba a la reelección en condiciones idóneas para obtenerla: algunas de sus medidas más importantes, como la ley del matrimonio homosexual, la retirada de las tropas de Irak o la ley antitabaco, alcanzaron un éxito indudable. La economía española aún no notaba (o notaba muy poco) los efectos del desinflamiento de la burbuja inmobiliaria. Y la oposición del PP continuaba anclada en 2004, incapaz de asumir las consecuencias de la derrota electoral, y sobre todo de asumir las condiciones en que ésta se produjo.

Sin embargo, el resultado electoral de 2008, aunque constituyó la mayor victoria de un partido político (el PSOE), en número de votos, de toda la historia de la democracia, no le sirvió a los socialistas para ampliar distancias con el PP. De hecho, éstas se redujeron sutilmente.

Un somero vistazo al mapa electoral de 2008 nos daba las claves de la victoria socialista, pero también de la resistencia del PP. El PSOE había ganado gracias a la mejora de sus resultados en territorios «periféricos»: Galicia, País Vasco y, sobre todo, Cataluña. En cambio, el PSOE se desinfló relativamente, respecto de 2004, en su tradicional granero andaluz, y también perdió posiciones en la Comunidad Valenciana y -sobre todo- en Madrid. Es decir: que los resultados de 2008 fueron muy similares, si se analizaban en su conjunto, a los de 2004, pero los votantes no tanto.

La razón principal de estas diferencias se encontraba en el debate territorial. Los conservadores, con machacona insistencia, acusaron a Zapatero de «vender» Navarra a los terroristas de ETA (afirmación que hoy resulta risible, pero entonces había mucha gente del entorno del PP, y del propio partido, que defendía sin ruborizarse), de permitir que «los catalanes» destruyeran España (recuérdese que esa legislatura vivió hitos como la recogida de firmas contra el Estatut, el boicot al cava y los recursos al Tribunal Constitucional) y, en resumen, que con Zapatero la unidad del país corría peligro. Y hay que decir que, dadas las circunstancias, el mensaje funcionó bastante bien. Con la economía a favor (por el momento), con una legislatura que en líneas generales ofrecía un balance satisfactorio, con la oposición en estado de shock, el PSOE sólo consiguió mantener el poder, no consolidarlo. Y tres años después, el estallido de la crisis económica se lo llevaría por delante.

Sin embargo, la crisis económica, omnipresente durante años, también puso sobre la mesa la necesidad de adoptar medidas para proteger a los más desfavorecidos. De garantizar los derechos sociales y buscar cambios legislativos que paliasen las situaciones más palmariamente injustas. De ese caldo de cultivo surgió el 15M, y después surgiría Podemos. Y a finales de 2014, cuando el país encaraba un nutrido calendario electoral para 2015 (Elecciones Municipales, Autonómicas y Generales), las cosas pintaban muy mal para el PP, porque los sondeos mostraban una división en tres tercios: PP, PSOE, Podemos. Y con ese escenario, tras los previsibles pactos entre PSOE y Podemos, parecía absolutamente imposible que el PP tuviese mucho que rascar (¡incluso Murcia peligraba!).

Fue entonces, precisamente, cuando apareció Ciudadanos en el panorama nacional. Apareció alentado por sondeos sospechosamente entusiastas con el partido, pero el caso es que también apareció porque era lógico que lo hiciera: el voto que el PP había perdido por la corrupción, el inmovilismo y el incumplimiento de diversas promesas tenía que acabar recalando en alguna parte. Ciudadanos volvió a equilibrar el voto ciudadano en torno al eje izquierda-derecha, pero ahora con cuatro partidos, no con dos.

Así fue hasta hace pocos meses, cuando la crisis catalana ha vuelto a poner en primer plano el debate territorial, y las tensiones propiciadas por el pulso entre el independentismo catalán y el Gobierno han llevado a muchos a ver en riesgo la unidad de España. Y estos ciudadanos ya no se han ido al PP; se han ido, en masa, a Ciudadanos. Y, con ello, han vuelto a desequilibrar la balanza, esta vez a favor de los partidos conservadores. Ya veremos por cuánto tiempo. Mientras tanto, el primer efecto de esta situación es que la preocupación por España permite que no se hable de otras cosas, salvo de diversas medidas de corte represivo que estaría justificado adoptar en pro de la defensa de la unidad de España. Así, catorce años después del 11M, parece como si la herencia de José María Aznar volviera a reactivarse con toda su fuerza.

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