Prácticamente, dos semanas fuera del despacho, algo que agradece alguien que estudia el clima desde los ojos de un geógrafo. Primero, impartí clases en el máster de Riesgos Naturales de la Universidad de Alicante. Agradecer el inmenso esfuerzo de mis compañeros en su organización y felicitarles por los resultados. El benigno clima del sur hizo plena aparición. Mi hotel estaba invadido por equipos de hockey hierba, venidos del norte europeo, para entrenar en unas condiciones inmejorables. Las temperaturas máximas, por tanto, diurnas llegaron a los 18ºC, con un promedio de 15ºC. Apenas 2 mm de lluvia. El único meteoro que interrumpió este balneario fue el viento que el jueves día 11 alcanzó los 84 km/h, obligando a desalojar a los turistas que visitaban el Castillo de Santa Bárbara. En menos de 24 horas, cambiaba las orillas del Mediterráneo por las riberas del Vístula. Y les puedo garantizar que el invierno polaco no es ninguna broma. En Poznan, la máxima apenas alcanzó los 3ºC y el promedio diurno se quedó en -1ºC. Las mínimas llegaron a los -11ºC. La sensación de frío venía acrecentada por un viento de unos 40 km/h. Datos parecidos exhibió Varsovia, donde el Vístula discurría plagado de bloques de hielo. Al norte, el impresionante castillo de Malbork se reflejaba sobre el río Nogat, parcialmente congelado. Y si la nieve cubría los campos de la llanura polaca, se amontonaba en los Tatras y en los Sudetes, tanto en Karpacz, en la vertiente polaca, como en Malá Úpa, ya en territorio checo. Aquí, apenas a 1000 metros de altura, a los pies del monte Snezka, se acumulaba nieve por encima de la rodilla y los esquiadores transitaban las calles sin dificultad. El contraste se completa con hora y media menos de luz solar, y un anochecer a las 15:58. Toda una experiencia.