Estos días las delegaciones de los diferentes países del mundo se encaminan a Pyeongchang (Corea del Sur) para iniciar los XXIII Juegos Olímpicos de invierno. Recordando la vieja tradición de tregua olímpica que desarrollaron los pueblos de la Helade en la Historia Antigua, la Asamblea General de la ONU ha pedido a las dos Coreas que implementen una tregua en su contienda, como gesto de buena voluntad y signo de distensión ante las amenazas acumuladas en la dividida Corea.

En la Grecia clásica, las diferentes polis o territorios recibían meses antes de celebrarse los Juegos a un mensajero o enviado sagrado, spondoforo, que anunciaba la inminencia de las competiciones olímpicas y la necesidad de que cesaran todas las guerras y tensiones, para así facilitar el desplazamiento pacífico de las diferentes delegaciones de las polis griegas a un lugar sagrado y neutral, como eran las instalaciones del santuario de Olimpia. Durante todo el viaje, así como en la estancia en las instalaciones del santuario y en su viaje de vuelta, las delegaciones estaban protegidas por esta tregua, que les permitía, siempre en son de paz y desarmados, atravesar tierras de otras polis con sus delegaciones. Unos y otros respetaban este período de tregua, bajo la amenaza de la ira de los dioses, así como de la vergüenza y el rechazo del resto de la Hellade.

Bajo este espíritu de paz y concordia deportiva se reunían, en sana camaradería, todos los atletas. Fue precisamente esta idea la que movió al barón de Coubertain, en plenas tensiones de las guerras franco-prusianas, a recuperar la tradición de los Juegos Olímpicos y a invocar la tregua sagrada durante los periodos en los que las tensiones entre países subieron de tono. Así fue durante los Juegos de 1912 en Estocolmo, cuando ya se mascaba la tragedia de la próxima Primera Guerra Mundial y cuando las rivalidades entre Francia y Alemania eran más explosivas o en posteriores periodos de tensión como la Guerra Fría.

Ahora, en una iniciativa más que encomiable y que debe ser aplaudida y respaldada, Corea quiere volver a recordar que la frontera separó a dos pueblos hermanos, que hablan la misma lengua y que tienen las mismas tradiciones. Los ciudadanos de la que nosotros llamamos Corea del Sur, se llaman a si mismos ciudadanos de Corea. Para ellos, la frontera es un accidente histórico que será resuelto en un futuro. No renuncian a una reunificación el día de mañana. En ese sentido, debemos celebrar la iniciativa de que las dos Coreas desfilen bajo una misma bandera el día de la inauguración de los Juegos. Será igualmente un gran paso para la paz y la distensión que el equipo de hockey femenino coreano incorpore a jugadoras del Norte. Hay otras propuestas encima de la mesa. Ojalá salgan adelante. Frente a las tensiones nucleares y a las amenazas fanfarronas del líder supremo norcoreano Kim Jong-un, que no han recibido precisamente una respuesta de distensión por parte del presidente Donald Trump, iniciativas como esta sirven para rebajar tensiones, establecer cauces de diálogo y posponer las amenazas que podrían llevar a la zona a una rápida escalada bélica. Como nuevos spondoforos del siglo XXI, la iniciativa de la Asamblea General de la ONU y de las autoridades políticas de Corea del Sur es una excelente ocasión para volver a la paz y para recordar la disensión armónica de los Juegos que ya los antiguos celebraron bajo la protección de los dioses olímpicos.

Eso es, eso debería ser, el deporte. Sana competición entre rivales que une más que separa y que sirve para comprender mejor al otro, para encontrarse con él, para entenderlo en su diversidad y diferencia, para competir junto a él en sana camaradería, celebrando juntos los éxitos y derrotas bajo el cielo estrellado del Olimpo, más que para enfrentarse en tensiones y guerras fratricidas que solo nos acercan a las garras de la parca. Ojalá los dioses del Olimpo inspiren a los gobernantes, no solo de Corea, y hagan que el deporte, la sana rivalidad, triunfe ante los vientos de guerra y terror que como antaño, siguen amenazando nuestra Humanidad.