La pregunta no es, por supuesto, más que pura retórica. Es obvio que los ciudadanos, espectadores del lado zarzuelero de la vida de la familia real, no podemos hacer nada con la reina consorte. Pero lo que es comentar o criticar aquello que no nos complace de la familia, hace tiempo que lo practicamos con una cierta asiduidad. Sea porque dejamos de intuir, especialmente la prensa, que la más mínima crítica ponía en peligro el edificio que con tanto sacrificio y laboriosidad se había construido, sea porque el poder real, después del 23F, creía haberse situado por encima del bien y del mal y comenzó a discurrir, como todo poder humano, entre el bien y el mal, al compás con el que el bacilo de la corrupción y la irresponsabilidad política entraban a la democracia española en la UCI. Consecuencias de estas presunciones fueron el regalo al rey del yate Fortuna por parte de empresarios de Baleares, la explosión del caso Nóos y el procesamiento de la infanta Cristina y su marido Urdangarin, la tragicomedia comercial-amorosa de Corinna Zu Sayn-Wittgenstein y el elefante de Botswana, la abdicación de Juan Carlos a favor de su hijo Felipe y la ascensión a reina consorte de Letizia Ortiz Rocasolano.

Lo ocurrido a la salida de la misa de Pascua en la catedral de Palma entre la reina emérita, las infantas y la reina consorte, de cuyas imágenes toda la prensa nacional e internacional se ha hecho eco, es harto significativo como para que no dejemos su comentario exclusivamente a la prensa rosa y a Jaime Peñafiel. Recordaba este último, no precisamente un devoto de la reina ("le pierde el mal carácter, su nula educación y su violencia"), que ésta prefería Benidorm a Mallorca. Que en el verano de 2013 tras una violenta discusión con Felipe, abandonó Palma dejando marido, hijas y suegros en Marivent, para volar en solitario a Madrid. El rey Juan Carlos habría llegado a decirle a su hijo: "¡Divórciate!"

Cuenta Pilar Urbano que mientras la familia Ortiz Rocasolano puede ver a las infantas cuando desea, las visitas de la reina emérita deben ser anunciadas con tiempo puesto que "es preciso para no alterar el horario infantil". El control de Letizia sobre las infantas es total; incluidos los posados para la prensa. Lo que explica el incidente. La emérita, reducida a una condición subalterna, intentó saltarse las normas y poner a Letizia ante los hechos consumados. Ésta, lejos de amilanarse ante el posible escándalo, "para ovarios los míos", humilla de forma inmisericorde e implacable a su suegra. De su implicación en la educación de las infantas habla, no para mal, por supuesto, las disertaciones de Leonor al resto de primos sobre el consumo de alimentos antioxidantes. Quien conoce la relación de éstos con el proceso de envejecimiento humano, puede atisbar cuál puede ser una de las obsesiones de la reina consorte. ¿Cómo puede dejar de relacionarse esa filtración familiar con la evidencia de una mujer que no ha vacilado en cambiarse la cara, que para nada recuerda a la de la joven presentadora de Canal plus, sino más bien a Rania de Jordania?

Cabe preguntarse si son de interés público las desavenencias de la familia real. En la medida en que traspasan los ámbitos privados y entran de lleno en el espacio público, por supuesto que sí. La monarquía tiene un significado simbólico y tiene por tanto trascendencia el comportamiento público de sus integrantes. Y si ese comportamiento se aviene poco con la ejemplaridad que exige su condición de privilegio, es obvio que pone en peligro su propia supervivencia. Se ha escenificado un drama inmemorial entre suegras y nueras, una disputa de poder entre una mujer en física decadencia y una usurpadora pletórica del atractivo de la juventud. No me cuesta mucho conjeturar que en esta lucha descarnada, la mayoría de mujeres, se sentirán identificadas con Sofía de Grecia antes que con Letizia Ortiz, aunque su condición de plebeya hiciera pensar que podía contar con la solidaridad de las mujeres españolas. No ha sido así debido a su carácter y a que sus desplantes pueden haber sido interiorizados por las mujeres, porque toda mujer puede ver su futuro como abuela. Y no es que uno piense que Sofía de Grecia sea un dechado de virtudes, como tiende a pensar todo el mundo. Recuerdo una discusión mía con Ana Diosdado sobre la supuesta competencia cultural de la reina. Claro que si comparamos con el campechano?También recuerdo una anécdota relevante de la reina madre, recibida en la base de Son Sant Joan por el presidente del Govern balear, creo que era Cañellas; a la pregunta de "¿Cómo están los niños?" respondió, altiva: "¡Querrá decir los infantes!"

Uno pudo congratularse cuando Letizia colocó en su sitio a un influyente editor cuando éste pretendió compadrear con ella en una recepción en Palma. Uno pudo pensar que había compadreos inconvenientes en torno a una mesa en la que se servían desayunos de sabrosas sobrasadas culanes, además de otras deliciosas delicatessen del país y que, por eso, Letizia era un soplo de aire renovador. Era un espejismo que ayudaron a desvanecer los compiyoguis de la corrupción. Un espectáculo como el del domingo es difícil de soportar. Y coloca a Felipe en una situación delicada. Es muy difícil comparar el comportamiento del rey, perplejo e inerme ante el comportamiento de su mujer hacia su madre, intentando poner paz entre ambas y armonía en la familia, con el discurso del tres de octubre dirigido a la nación instando a acabar con la inadmisible deslealtad del nacionalismo catalán. ¡Letizia más fuerte que el nacionalismo catalán!