Parece que está en marcha una nueva Ley Funeraria que prohibirá arrojar al mar las cenizas de los fallecidos dentro de las urnas y legalizará los ataúdes de cartón. En cuanto a lo primero, parece mentira que sea preciso regular algo que es de sentido común, sobre todo en unos momentos en los que ya hemos aprendido a reciclar y quien más quien menos sabe que los plásticos no se deben mezclar con los restos orgánicos. Pero nos interesa más lo de los ataúdes de cartón, que además de ser baratos, manejables y ecológicos, evocan a las cajas de zapatos, donde los niños vienen enterrando desde siempre a sus mascotas (el hámster, el canario, el gato, el periquito…).

Habría que hacer un monumento a la caja de zapatos, que tanto juego ha dado a lo largo de la historia. Antiguamente, sacábamos más partido a la caja que a los zapatos, pues eran muy versátiles y misteriosas. En la vida de todo niño antiguo (de los de mi época, quiero decir) ha habido una caja de zapatos de referencia. Ahora que la gente las tira sin piedad a la papelera antes de salir de la tienda, bienvenido sea este ataúd de cartón, que la evoca o que la continúa, según se mire. El cartón sienta mejor al cuerpo que la madera. A ver si los ponen pronto a la venta y compramos uno para los gusanos de seda.

Por lo demás, me cuentan que el Mediterráneo es ya el mar más sucio del mundo, en parte por la costumbre ésta de arrojar las cenizas de los muertos con su urna. Si la urna fuese de cartón, se desharía al contacto con el agua, liberando a las cenizas sin polucionar (en el caso de que las cenizas no polucionen). Tenemos que hacernos a la idea de que el mar, a diferencia del retrete, carece de cadena de la que tirar cuando está lleno de basura. Quiere decirse que lo podemos ensuciar hasta un límite, pasado el cual se pudre. La nueva Ley Funeraria debería advertir sobre los peligros de la muerte del mar, que finalmente no es más que un individuo gigantesco, lleno de órganos (los peces, las algas, etc.) tan delicados como el corazón o el hígado. Un mar de cuerpo presente debe ser un espectáculo insoportable, aunque lográramos meterlo en un ataúd de cartón.