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En pleno debate sobre la actitud del Vaticano y la jerarquía de la Iglesia católica en general ante los escándalos de pederastia que han aflorado en los últimos años —en países como Irlanda, Estados Unidos o Alemania— los carmelitas descalzos acaban de intervenir con una contundencia a la hora de afrontar estos casos que no tiene precedentes en España. El Padre Provincial de la orden en la provincia Aragón-Valencia, Pascual Gil, ha puesto en manos de la Fiscalía un posible caso de pedofilia que implica a uno de los curas de la congregación que ejerce en una parroquia de Castelló, según fuentes judiciales. La información aportada por los responsables de la orden al fiscal detalla los supuestos abusos del sacerdote a un menor, de 16 años, que como monaguillo colaboraba con el cura los fines de semana. El párroco animó al joven y a sus padres, feligreses suyos, a que el chico lo ayudara, labor que gratificaba con 100 euros mensuales.

El responsable de los carmelitas descalzos de la provincia Aragón-Valencia ha tomado la decisión de acudir a la justicia ordinaria, además de actuar por la vía canónica, de acuerdo con la doctrina vaticana que mandata a «seguir siempre el derecho civil en materia de información de los delitos a las autoridades competentes». Así consta en la llamada «Guía para comprender los procedimientos fundamentales de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) cuando se trata de las acusaciones de abusos sexuales», aprobada por Benedicto XVI, que desarrolla la carta apostólica «Sacramentorum Sanctitatis Tutela», que firmó Juan Pablo II el 30 de abril de 2001. La decisión de Gil no tiene precedentes en España.

«Una auténtica pesadilla»

Entre la documentación incluida en la denuncia, destacan sendos relatos de los hechos aportados por el joven y por su padre en los que explican con detalles cómo el acoso fue a más hasta desembocar en una «auténtica pesadilla». La víctima cuenta que el episodio más grave lo vivió el día en que el cura lo llevó al monasterio al que acudían habitualmente, lo condujo a una habitación apartada, lo invitó a tumbarse en un colchón y le realizó tocamientos. Lo explica en un texto manuscrito que ha sido remitido desde la parroquia latinoamericana en la que se encuentra el joven, que hoy tiene 19 años.

Fue reclutado como monaguillo en septiembre de 2007. Con el tiempo, cuenta el ex monaguillo, «el padre (...) comenzó a cogerme de la mano». Y pasados dos meses desde que entró en la parroquia, el cura empezó a buscar mayor contacto físico. Primero le invitaba a «descansar» tumbado en un sofá situado en una sala y el sacerdote «se aproximaba por detrás». Pero el episodio que a la postre llevó a los padres del monaguillo a poner los hechos en conocimiento de la orden fue el que se produjo en aquella habitación que cerró «con candado», donde tras practicar tocamientos, el cura llegó a pedirle que practicaran el acto sexual. Quizás consciente de la gravedad de los hechos, el sacerdote acabó «sollozando e implorando perdón de rodillas».

El pasado 26 de abril, los padres de la víctima informaron a un superior de la orden que se desplazó a la Comunitat Valenciana y que el 1 de mayo conversó con el sacerdote acusado, quien negó los hechos, si bien después llegó a valorar la posibilidad de autoinculparse, aunque seguía expresando su inocencia, para evitar el escándalo. Para defenderse ante sus superiores, el cura llegó achacar las acusaciones contra él a que el monaguillo le guardaba rencor porque robó dinero de la colecta. Después fue más allá al asegurar que por ese motivo «habían discutido» y luego «se abrazaron en un gesto de reconciliación». Al final se desdijo de esta acusación al joven y explicó a la misma la había formulado «por miedo». Tras escuchar sus versiones, los superiores de los carmelitas decidieron poner el asunto en conocimiento de la justicia ordinaria.

Los carmelitas han adoptado, paralelamente, medidas cautelares contra el cura «mientras duren los procesos». Le han prohibido contactar con menores de edad «sin estar acompañado por otros adultos», así como celebrar misa en público o confesar. Los responsables de la orden lo han trasladado a un convento carmelita en Castilla y León, donde, además, carecerá de voz y voto. Otra de las medidas dictadas contra el sacerdote presuntamente pedófilo es la prohibición de comunicarse con quien fue su víctima y con su familia.

«Solía decirme que estaba hecho ya un hombre»

­La presunta víctima de abusos sexuales cuenta a los carmelitas, en un manuscrito de cuatro páginas, todos los detalles del acoso que dice haber sufrido. Los hechos se remontan a septiembre de 2007. «Tras realizar una peregrinación (...)», el cura le propuso ser monaguillo. «Comencé el servicio (...) como una experiencia puramente espiritual», dice. «Con el tiempo, el padre (...) comenzó a cogerme de la mano, un gesto que me desagradaba pero que yo consentía al pensar que buscaba apoyo de carácter moral». Le preguntó si eso le «molestaba», pero al joven le pareció «absurdo» y le dijo que no. A los dos meses, el cura empezó a invitar al chico a ir al monasterio a descansar en un sofá, pero el joven no sospechó «absolutamente nada».

«Recuerdo un sofá, sobre el que el padre (...) me invitó a tumbarme, pero me extrañó que él se tumbó junto a mí», admite, con todo, en su relato. Fue en esos momentos cuando el cura se le «acercaba por detrás». «Por aquella época, el padre (...) solía decirme que estaba hecho un hombre». Hasta que llegó el día fatídico. «Estaba estudiando para un examen de inglés», cuando lo invitó de nuevo a descansar. «Presentí algo malo», dice, y por eso «rechacé la oferta», pero el cura «volvió a insistir». A la tercera, accedió.

Caminaban «en silencio». «Él iba delante». «Fuimos al monasterio, pero esta vez no nos dirigimos a la sala» de siempre, sino a «una gran puerta cerrada con candado». El cura la abrió y la cerró de nuevo. «Subimos unas escaleras que llevaban a una planta con habitaciones que años atrás fueron ocupadas por otros carmelitas», explica. «El padre (...) se detuvo en una de las puertas cerradas con llave y la abrió». «En una esquina y en el suelo había un colchón» y el sacerdote «me invitó a echarme». «Él se tumbó detrás de mí» y se fue pegando cada vez más al monaguillo.

El texto es mucho más prolijo en detalles sobre la «pesadilla» que dice haber vivido. Tras los «tocamientos» y preguntarle si «quería hacerlo», el joven le pidió irse. «Salí de la habitación y el padre (...) me siguió sollozando, de rodillas e implorando perdón». De vuelta, en el coche, «me pedía perdón» por haber sucumbido a «la tentación».