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Artesano del ruido

La pasión de Jesús Marín por los instrumentos de percusión le llevó a aprender a construir tambores con sus manos y de forma autodidacta

Artesano del ruido

Con apenas siete años se incorporó a la banda de tambores del Santo Sepúlcro de Alzira. Por aquel entonces sólo dejaban entrar a formar parte de la agrupación a chavales de diez años, pero él se convirtió en la excepción. Fue en ese momento -durante su incorporación a la banda- cuando sus manos quedaron atadas a un par de baquetas.

Jesús Marín sabe construir un tambor desde la caja de resonancia hasta el último tornillo. La pasión de este alcireño por los instrumentos de percusión nació con él pues desde muy temprana edad ya se dedicaba a aporrear botes de pintura vacíos o cualquier objeto susceptible de generar algún tipo de sonido.

Hace cuatro años el presidente de la asociación cultural de Tamborileros de Alzira, Carlos Vayá, le propuso que construyera un tambor desde cero y no se lo pensó. Recuerda que se puso a investigar sobre el tema, «no tenía ni idea», admite, aunque con tiempo y paciencia aprendió de forma totalmente autodidacta a moldear el instrumento cual vasija de barro en un torno alfarero. Marín no tenía referencias, nadie a quien preguntar: «no he encontrado en toda la C. Valenciana a una persona que se dedique a hacer tambores de forma artesana», asegura. Así que se las ingenió para diseñar y fabricar con sus propias manos las máquinas que le ayudarían a construir los instrumentos de percusión.

Inventos caseros y manuales

Su interés y dedicación le llevaron a empezar a idear modelos, a imitar las formas, la tornillería, los detalles con lo que decoraría la chapa. Creó, incluso, «una máquina que da curva a la plancha metálica» explica. Todo con sus propias manos y en su tiempo libre.

Cada una de las piezas están echas por él, de forma exclusiva, con la dedicación de quien ama lo que hace. Al principio no sabía donde encontrar los materiales, así que fue a una carpintería metálica para comprar la chapa que se usa generalmente para construir puertas y con eso se las ingenió para moldear el suyo, dice que conservó el color crudo del aluminio para que se viera a de donde provenía en origen.

Este ribereño apasionado de los tambores no se dedica profesionalmente a hacerlos, para él es una afición como otra, «si me parara a contar las horas que dedico no saldría a cuenta fabricarlos así que cuando me encargan uno me ciño a los precios de mercado», asegura el artesano. «La gente no podría pagar el valor del instrumento si me fijase en las horas», argumenta.

Suele empeñar un par de horas al día, durante aproximadamente un mes y medio, para elaborar una pieza entera. Hasta el momento calcula que habrá hecho unos 25 tambores más o menos. Ahora su principal objetivo es enseñar a los pequeños de la familia a valorar este instrumento por el que tanta pasión demuestra: «quiero que mis dos hijos aprendan incluso a afinar sus tambores», exclama.

Quizás por eso Jesús Marín ha grabado en los dos instrumentos que hizo especialmente para los pequeños de su familia sus respectivas iniciales. Él habla de sus creaciones con orgullo. De las de carne, sus dos hijos, y de las de metal, la colección de tambores que poco a poco ha ido diseñando para otros apasionados de la percusión como lo es él.

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