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Los incendios de 2016 multiplican por siete la superficie quemada en un lustro

Medio Ambiente contabiliza 47 fuegos que han calcinado 2.244 hectáreas de arbolado y matorral

Los incendios de 2016 multiplican por siete la superficie quemada en un lustro

Se veía venir que el pasado verano había sido uno de los más devastadores para la Ribera en materia de incendios forestales y así lo confirman los datos de la Conselleria de Medio Ambiente, que señalan 2016 como el año en que más superficie vegetal se ha perdido en, como mínimo, los últimos tres lustros. Las 2.244,94 hectáreas calcinadas suponen, de hecho, un territorio que es casi siete veces mayor al quemado en los cinco años anteriores, periodo en el que ardieron algo más de 35o hectáreas

Cuando las últimas llamas del incendio de Carcaixent se apagaron, con algo más de un 80 % del término municipal arrasado por el fuego, todo indicaba que este año sería nefasto para la comarca en este sentido. La conselleria computa en lo que va de 2016 un total de 47 incendios forestales que han afectado superficies de matorral y arbolado. No es, ni de lejos, la peor cifra conocida, ya que en el año 2014 se detectaron 86; pese a ello, en aquella ocasión apenas se calcinaron 32,97 hectáreas, frente a las 2.244,94 del curso actual.

Habría que remontarse hasta 2010 para encontrar una superficie de terreno quemada tan elevada como la de este año. Por aquel entonces se cerró el ejercicio con 2.063,74 hectáreas abrasadas, cifra algo menor que la de 2016, que todavía no ha acabado, aunque los meses de mayor riesgo ya han pasado. En aquel año, no obstante, el número de incendios fue menor, ya que se registraron 25. Con todo, aunque este año se hayan contabilizado 47 fuegos en toda la comarca, la gran parte de superficie calcinada corresponde al de Carcaixent, mientras que en su día la conselleria cifró en 786,5 hectáreas la superficie quemada en los términos de Sumacàrcer, Cotes y Sellent afectados por el fuego iniciado en Bolbaite.

Si descontamos, por tanto, esos dos años, la superficie calcinada durante los últimos quince es, en comparación, minúscula. De este modo, el siguiente ejercicio en términos de mayor terreno quemado sería 2012, en el que ardieron 123,33 hectáreas. El año anterior, también se superaron el centenar de hectáreas, concretamente fueron 117,46. El resto de años las cifras son considerablemente menores, algunos ni si quiera se llega a la veintena, marcando el mínimo en 2002, año en el que las llamas arrasaron 3,25 hectáreas.

Poniendo el foco de atención en el número de incendios, éste no es el año en el que las alarmas de los bomberos han sonado más veces. Los 86 registrados en 2014; los 79 de 2000; los 64 de 2005; los 63 de 2012; o los 58 de 2006 quedan lejos de los 47 de este año. Pese a todo, sumando la superficie quemada en los mencionados años a duras penas suponen algo más de 10 % de la cantidad de terreno quemada en lo que va de 2016.

En términos globales, la comarca ha perdido entre los años 2000 y 2016 una superficie total de 4.806,92 hectáreas de zona verde, que quedaron reducidas a cenizas. Eso quiere decir que las 2.244 de este año suponen el 46,7 % del terreno total quemado en diecisiete años.

La esperanza verde

Son muchos los expertos que hablan de los incendios como un elemento más de la naturaleza, defienden que son procesos a los que una gran parte de las plantas tienen mecanismos para garantizar su proliferación tras las llamas. De hecho, las precipitaciones moderadas caídas en las últimas semanas han sentado bien a la superficie de monte que se quemó en Carcaixent. La mayoría de la zona calcinada presenta un imagen esperanzadora con numerosos brotes verdes entre los restos quemados del bosque. Esta vegetación, junto con el agua que se ha podido almacenar por la lluvia, ha sido clave en el regreso de algunas aves y en la proliferación de insectos.

Son sobre todo plantas como el romero, el tomillo, la palmera, o la coscoja las que están poblando más rápidamente la superficie de los términos forestales de Carcaixent y de la Barraca de Aigües Vives que resultó calcinada. De hecho, algunos conocidos puntos como el Realenc, Sant Blai o la Font de la Parra presentan ya un aspecto vigoroso. Incluso en el Molló de Miramar, el punto más alto del término de Carcaixent, se regenera a gran velocidad gracias a estos vegetales. Al mismo tiempo, estos nuevos brotes refuerzan el suelo con sus raíces.

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