Me gustaría aportar algunas ideas a propósito de la IX Semana de la Economía celebrada en Alzira con el beneplácito de su Ayuntamiento y la Asociación Empresarial. He llegado a contabilizar trece propuestas reflexivas, esto es, trece actos, en donde 22 expertos -de sexo masculino, entiéndase- disertan sobre economía, empresa, comercio, financiación y largo etcétera. Y una mujer, sí, sólo una, visible en el extensísimo programa de actividades. No sé si habrá sido casuística o una anecdótica sensibilidad por la igualdad de género. ¡A saber! Se silencia, como siempre, el discurso de la economía feminista. El asunto tiene bemoles: los viejos economistas promueven estereotipos sexistas, o eso se deduce cuando lo masculino impone su realidad económica. Una arrogancia académica que difícilmente promueve la igualdad y mantiene este tácito desequilibrio de género, ¿o acaso las mujeres no contribuyen ni aportan ideas en el discurso económico?

Katrine Marçal ha publicado uno de las últimas obras de referencia en el feminismo económico: «¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía» (Debate, 2016). Esta autora denuncia la tendencia histórica a silenciar una «segunda economía», la de las mujeres, capital en la organización y estructura de todo orden social. El trabajo de ellas se anula, resultado de ese orden patriarcal que proyecta su mirada androcéntrica en la organización política. Unos flujos económicos impuestos, en definitiva, construidos por el todopoderoso discurso dominante de individuos que han abusado, humillado y eclipsado el papel de la mujer en la organización política y social.

La mirada feminista de la economía aporta otras alternativas posibles, promueve valores éticos de distinto rango, plantea una estructura social no discriminatoria ni jerarquizada, en donde la mujer no sólo prepara la cena, sino que deviene engranaje de la gran alternativa: un sistema económico humano, tierno, que rompa con el neoliberalismo y fulmine tanto la competitividad como la tiranía del dinero. Así titulaba Rosa Regàs uno de sus ensayos, «Contra la tiranía del dinero» (Ara Llibres, 2012), crítica contundente al imperialismo de los poderes financieros, obsesivos con coartar libertades y derechos. Regàs defiende el valor del tiempo, pues «el tiempo es el gran regalo de la vida» en tanto que posibilita la libertad, lo más preciado en el ser humano. La economía patriarcal ocultará toda propuesta que deslegitime su poder. Ni reflexiona sobre esa economía sumergida en cada hogar que sustenta y permite los proyectos de vida buena de tantas familias, a saber: las abuelas y madres que se ocupan de sus hijos e hijas a costa de la renuncia a su propia existencia, alimentando el esquema carpetovetónico en el que los varones de la familia aportan alimento, estabilidad y seguridad.

Mujeres invisibles a los ojos de los economistas patriarcales, ausentes en las estadísticas de desempleo, ajenas a decisiones políticas y desconocedoras de que «lo personal es político». La economía feminista existe desde siempre, si bien es cierto que eleva su proyección a partir de la década de los 70. Se define como una vía económica azote del capitalismo, desplazando el mercado en pro de la sostenibilidad y el valor de la reproducción social, pues la sociedad es el eje de lo económico y no al revés. Pero, ¿a quién interesa este aguerrido discurso alternativo, crítico y genealógico? No resulta atractivo, desde luego, un programa de Economía tan apático y nulamente feminista. Por muchas ideas apasionantes que fluyan, carece de otras voces y perspectivas. A ver si toman nota.