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Patriarcado a la puertA del casino del mareny

Como a tantas de mis amigas feministas, aumenta la furia de quien esto firma no solo cuando los terroristas machistas asesinan a las mujeres, sino porque, caso tras caso, se mimetiza la pose ciudadana e institucional. Algo notorio cuando toca de cerca, como es el reciente suceso en Tavernes de la Valldigna. El planeta se indigna, las redes sociales pregonan un fugaz malestar, y, después del protocolario minuto de silencio -o de ruido, a gusto de cada institución- acudimos al chiringuito playero a lamentar los males del mundo, sean los detalles morbosos del caso en cuestión o la hija de Belén Esteban, pues, en suntos a debatir, gusta esto de la todología.

Tomas el vermú. El diario El Mundo titula así la noticia de Juana Rivas, esa mujer maltratada que, por imperativo legal, debe entregar sus hijos al violento exmarido: «El padre de los hijos de la mujer maltratada la denunciará por 'secuestro'». ¡Tate! ¿El padre de los hijos de la mujer maltratada? ¡Pedazo sujeto para tan escaso predicado! En Público prefieren otro: «Juana Rivas tendrá que devolver a sus hijos a su padre en Italia esta tarde, pese al 'apoyo' de la Junta». Prima también la condición de «padre», pero se omite lo más relevante: ¡Es un maltratador! Podríamos analizar el discurso patriarcal en las informaciones, o el patriarcado en la Justicia, incluso la benevolencia de ambos ante incesantes noticias de mujeres víctimas de la violencia de género desamparadas, desatendidas por algunas instituciones públicas y olvidadas en los presupuestos generales del Estado.

Hay que situar las cartas sobre el tapete si de verdad nos importa combatir la violencia de género. La primera de todas implica una lucha radical desde el ámbito educativo, familiar e institucional: el patriarcado. ¿Qué significa esto? En La creación del patriarcado, Gerda Lerner lo define como «la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños y niñas de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general». La división sexual del trabajo, el matrimonio, el mito del amor romántico, la invisibilidad de las mujeres en la historia, la cosificación del cuerpo de la mujer, una justicia machista, los estereotipos, los piropos, el sacrificio maternal, Walt Disney, los festivales de fin de curso de las escuelas, todo esto -y muchísimo más- vertebran la estructura patriarcal planetaria.

El patriarcado produce monstruos, asesinos, frustraciones e insatisfacciones en tanto que sistema enfermizo propio de una sociedad machista. Como orden creado progresivamente desde el segundo milenio a. C. del antiguo Próximo Oriente, solo una sociedad progresista comprometida, libre y feminista podrá construir un mundo menos patriarcal cuando disponga de medios, leyes efectivas y una educación en donde prime la coeducación, el feminismo y la Filosofía. Se trata de invertir en un futuro humano, igualitario, no enfermizo. El capitalismo se nutre del veneno patriarcal, de ahí la dificultad que supone combatir ambos engendros. La mayoría de hombres prefiere no renunciar a los privilegios que otorgan uno y otro. Muchas mujeres crecieron con una mente patriarcal impuesta e inquisitorial. Este maldito sistema de dominación y tiranía masculina que permite pasar desapercibidos titulares como el de La Vanguardia: «El 90 % de los hombres prefiere a las mujeres que se depilan el pubis». ¿Y qué?

Todo esto -y más- solo con la primera carta, decíamos. A mi alumnado le explico el patriarcado de otro modo: en la puerta del casino del Mareny de Barraquetes -históricamente construido para varones- se sientan a diario jubilados desganados. Allí juzgan, miran, critican, comentan, sientan cátedra sobre todo y todas... Así es la cultura patriarcal. Seguimos igual, aunque la estética cambia y la realidad lo edulcora. Si de verdad nos alarma esta plaga de repugnantes asesinos de mujeres, ¿cuándo combatiremos el sistema patriarcal sin ambages ni fariseísmos?

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