E s posible que la edad entre los 10 y los 12 años, antes de comenzar la adolescencia, sea uno de los periodos más interesantes y felices donde el niño, mientras lee tebeos de Roberto Alcázar, Juan Centella y del profesor Franz de Copenhague, vive inmerso en un maravilloso mundo de fantasías.

Recuerdo que por aquellos tiempos mi padre, además de su profesión de dentista, tenía en el segundo piso de la casa un laboratorio, que a mi me parecía un lugar mágico, donde fabricaba pasta de dientes, elixir y unos polvos de talco con sulfamidas cuyo anuncio, recordando seguramente al dios Aquiles el de los pies alados, decía: «sus pies tendrán alas con Sulimida».

Un buen día observé que en la planta baja de la casa acababan de instalar, con el mayor secreto, una extraña maquinaria. Parecía un cilindro de acero como el tubo de un cañón que, apoyado sobre un soporte central, basculaba como un columpio continuamente haciendo toc, toc, toc, toc? Dos hombres de bata blanca, un químico y un señor austriaco se encargaban de manejar todos los artilugios que rodeaban al curioso aparato.

Cuando yo le pregunté a mi padre qué era todo aquello me advirtió con gesto serio: -No se te ocurra bajar por allí. Olvídalo.

Pero yo no lo podía olvidar, porque en el silencio de la noche, metido en mi cama, no dejaba de oír el continuo toc, toc, toc, toc de aquel misterioso aparato y me preguntaba qué intentaban conseguir mi padre y aquellos dos hombres que me parecían alquimistas en busca de la piedra filosofal.

Más tarde supe que su objetivo era obtener níquel raney por el sistema de hidrogenación. Y los dos hombres que acompañaban a mi padre eran el químico don Benito Orihuel y un profesor austriaco llamado don Emilio Tenble, que vivía en el desván de la casa de los marqueses de González de Quirós, en la mitad izquierda donde se ubicaba la academia Cervantes, dirigida por don Rafael del Moral.

Hoy, más de medio siglo después de aquella aventura, a través de las redes de Facebook, Enrique J. Orihuel, el hijo de don Benito, me invita a que diga que me gusta el Foro de Regeneración Democrática. Y recordando el niquel raney que persiguieron nuestros padres, le digo que por supuesto me gusta su idea, porque soy partidario de cualquier foro para dialogar y debatir educadamente los problemas que atañen a nuestra sociedad.

Aunque no he tenido mucho trato con Enrique considero que, desde una ideología de centro reformista y liberal, ha demostrado su excelente formación tanto en la política donde exige a su partido «una regeneración profunda comenzando por las personas», como en el mundo de los negocios donde dirige con éxito su empresa.

Me gustaría que a ese nuevo Foro asistieran gentes de todos los partidos políticos. Pero por favor, no olviden colocar un perchero a la puerta para que los asistentes, antes de entrar a los debates, dejen colgada la gorra del partido político en el que militan y asistan al Foro como simples ciudadanos, libres e iguales.