Esta historia comenzó a principios de 1960 cuando la madre de mi amigo J. R. V., que presumía de que su hijo tenía la belleza de un ángel de Caravaggio, le animó a dar un braguetazo para salvar el negocio familiar que estaba al borde de la quiebra. La elegida fue M. G. M., que aunque no era una belleza de la Metro Goldwyn Mayer, tenía el especial encanto de ser hija única del mayor propietario de huertos de naranjos de la comarca.

La boda y el banquete se celebraron en Palacio, con tal lujo y esplendor, como si la novia fuera la nueva Duquesa de Gandia.

Curiosamente, el viaje de novios apenas duró una semana. Pero la gran sorpresa llegó quince días más tarde cuando la pareja decidió separarse y mi amigo desapareció de Gandia sin dejar rastro. ¿Qué pudo haber pasado? Corrió la voz de que el matrimonio no se había consumado y algunos pensamos en la posible homosexualidad del novio que, casualmente, en otros amigos ya comenzaba a aflorar esa gayesca inclinación.

El paso del tiempo fue borrando el recuerdo de esta folletinesca historia. Pero veinte años más tarde, siendo alcalde de Gandia Salvador Moragues, se recibió en el Ayuntamiento un abultado sobre del Ministerio Francés de Defensa. Contenía la banda y las insignias de la Legión de Honor, media docena de medallas y un escrito en el que se daba cuenta de la muerte de J. R. V. Ingresó en la Legión Extranjera en 1961, distinguiéndose por su arrojo y valor en la guerra de Vietnam, lo que le hizo merecedor de varias condecoraciones que se adjuntaban.

El pleno municipal, impresionados por la heroicidad de aquel gandiense, además de declararlo hijo predilecto, encargó al pintor Antonio Durá un retrato del héroe. El pintor, recordando su parecido con el ángel de Caravaggio, se inspiró en la famosa obra del maestro italiano El amor victorioso, y un mes más tarde finalizó el cuadro.

El día que se presentó la obra, el Salón de Plenos estaba a rebosar y, cuando el alcalde descubrió el cuadro, los asistentes aplaudieron entusiasmados al ilustre conciudadano que lucía en el pecho todas sus condecoraciones.

El doctor Eligio Domingo, que estaba junto a mí, me comentó con una sonrisa mirando el cuadro:

-Ahí tienes la respuesta del fallo del braguetazo de tu amigo. Como puedes ver, por el tamaño del prepucio, le era imposible descapullar. Pero él nunca quiso operarse de fimosis y no pudo consumar su matrimonio. ¿Qué te parece?