Ahora que las elecciones generales han creado un clima tan excitante, pero desgraciadamente tan difícil para conformar gobierno, muchas voces comienzan a oírse con más fuerza en pro de nuevos sistemas para constituir un gobierno.

Existen mecanismos, ya tradicionales en otros países, como son la segunda vuelta con los dos partidos más votados. Pero también existen otros, como que gobierne el partido más votado, aunque sea en minoría. Ahora bien, esto generaría un problema de estabilidad ya que un gobierno en minoría tiene problemas a la hora de legislar o aprobar presupuestos, sin olvidarnos del fantasma de la moción de censura. Otras fórmulas, quizás más injustas pero más estables, son las que han adoptado países como Grecia, cuyo partido ganador obtiene un plus de 50 escaños para formar gobierno con más facilidad.

Ahora bien, en los casos de países polarizados como en su momento Ucrania y recientemente Austria, la segunda vuelta divide al país en dos grandes bloques que pueden constituir exactamente la mitad de los votantes. Matemáticamente siempre gana uno de los dos, pero gobernar a un país con un 50,3 % frente al 49,7 % (que ha sido el caso de Austria) es un procedimiento casi arbitrario y no exento de cuestionamiento acerca de la estabilidad y su legitimidad, ya que la mitad de la población tiene un gobierno que desaprueba y aunque debe respetar, se convierte en una obligación que origina desafección e incluso hartazgo.

Quizás habrá pensar en nuevos mecanismos para evitar lo que Tocqueville denominó como tiranía de la mayoría. Y, para evitarla, una solución podría pasar por una reforma en la que la estabilidad del nuevo gobierno pasaría por incluir diferentes sensibilidades. Si hay un fracaso postelectoral debido a la incapacidad de los principales partidos políticos para llegar a acuerdos para formar un gobierno «mixto», la otra solución podría llegar a través de una nueva ley electoral según la cual el nuevo gobierno estaría compuesto por representantes de diferentes partidos. Si el Congreso es la suma de todos los diputados, el gobierno también lo podría ser. Aumentaríamos la fiscalización y comenzaríamos una nueva etapa política en la que el respeto entre diferentes formaciones políticas sería más que una cuestión de educación, sería una cuestión de principio, sería una necesidad.

Algunos hablan de gobierno a la valenciana, pero tras las elecciones municipales y autonómicas, los partidos políticos sólo han conformado gobiernos a la espera de los resultados de las elecciones generales, expectantes de saber quién es el nuevo presidente del gobierno. Los catalanes para comenzar su intifada, Podemos para consolidar pactos locales y autonómicos y liderar la izquierda política, C's para mostrar su verdadera posición ideológica, y, finalmente el PSOE para intentar mantener su hegemonía como líder de la oposición. Al otro lado de las disputas se sitúa el Partido Popular, que parece tenerlo más fácil, ya que no necesita esperar nada. No tiene a nadie a su derecha y los tiene todos a su izquierda. En cualquier caso, con el fin del bipartidismo parece que caerán muchas más torres y la ideológica pudiere ser una de ellas.

Lo que hasta ahora sí debería ser relativamente sencillo para los ciudadanos es elegir a sus representantes atendiendo al famoso voto por proximidad. Y, tras las elecciones, debería ser igualmente fácil conformar la composición del gobierno. Si el Congreso y el Senado es fácil constituirlo, no debería ser más difícil pensar en fórmulas «matemáticas» para constituir el gobierno. Sería una solución incómoda para todos los partidos, pero seguramente beneficiosa para la ciudadanía. Sería una nueva forma de repensar en la política. Un nuevo camino para olvidarnos de las grandes referencias y pensar en los pequeños matices.

Ahora sabremos si la deliberación existe y si hay verdadera voluntad política de trabajar por la ciudadanía, o siguen trabajando para ellos mismos.