es harto sabido que en muchos ayuntamientos la relación entre el concejal de urbanismo y los propietarios de terrenos da pie en algunos casos a sustanciosas operaciones inmobiliarias donde fácilmente emerge la eterna lacra de la corrupción.

En la reciente publicación del Archivo Histórico Municipal de Gandia sobre el primer plano de la ciudad, en 1878, el arquitecto Alberto Peñín escribe un interesante y documentado trabajo sobre las vicisitudes que acompañaron al proyecto del primer ensanche de la ciudad en la zona del Prado. En uno de los párrafos dice: «la trayectoria después de su primera aprobación en 1880, y una segunda en 1882 que incluye, al fin, las ordenanzas de construcción, hablan de una situación de incertidumbre y muchas presiones sobre este espacio que durará más de veinte años. Apuntamos que, todavía en 1901, el ayuntamiento pide al Ministerio de Fomento de Madrid que le facilite una copia completa del proyecto aprobado, por haber sufrido extravío la documentación que obraba en el archivo del municipio (sic). Así, durante mucho tiempo, el dibujo del presente plano se ha identificado erróneamente con el ensanche aprobado, que tiene un trazado diferente y continúa desaparecido».

Y añade Peñín al finalizar su escrito: «Podemos decir que podría escribirse una buena novela alrededor del ensanche sur».

Yo me permito comenzar la novela:

Capítulo Primero.

El alcalde José Rausell plegó cuidadosamente el último plano del ensanche, lo colocó en un cartapacio, y se lo entregó a su amigo Sinibaldo Gutiérrez Mas diciendo: «Creo que mis amigos quedarán contentos». Tras apagar las luces parpadeantes de los quinqués, cerró con llave la puerta del despacho y abandonaron el ayuntamiento. Aquella noche tenía una cena para mostrar el plano a sus amigos, los hermanos Juan y Luis Vallier Lapeyre y el señor Avargues, propietarios, junto a él, de la mayor parte de las tierras afectadas por el ensanche.

Los Vallier Lapeyre, haciendo honor a su origen francés, eran excelentes gourmets y la cena, regada con un exquisito Château Lafite, fue excepcional. A la hora del brandy, el señor Avargues ofreció a los comensales sus habanos que recibía trimestralmente de Cuba.

En cuanto el servicio retiró todo lo que había sobre los manteles, don Sinibaldo desató los lazos del cartapacio, sacó el plano y lo desplegó sobre la mesa. Los interesados lo observaron detenidamente en silencio y, de pronto, don Juan Vallier bramó indignado al alcalde:

-¿A quién se le ha ocurrido este despropósito?

Rausell intentó hablar, pero Luis Vallier le cortó en seco gritándole:

¿Cómo has permitido esto? ¿No te das cuenta que esas calles se comen la mitad de nuestras propiedades?

¡Claro que se da cuenta!, apostilló su hermano, y mirando al alcalde añadió: ¿No ves que él ya ha procurado salvar lo suyo?

¡Eso es falso!, replicó el alcalde. Yo he procurado que el ensanche nos afecte por igual a nosotros cuatro.

¡Esto es inaudito!, volvió a gritar Juan Vallier. ¿A quién se le ocurre poner una calle donde vamos a construir nuestro palacete?

Mientras don Sinibaldo intentaba calmar los ánimos sin conseguirlo, el hermano mayor de los Vallier sentenció en un perfecto francés:

¡Ce plan est une bonne merde! Y ante la mirada atónita de los presentes, lo estrujó entre sus manos y lo arrojó a la chimenea donde ardían dos enormes troncos. Se hizo un silencio sepulcral y cuando el plano desapareció el alcalde Rausell comentó con un hilo de voz:

Hay un problema. Hace una semana el plano original se mandó a Madrid, al Ministerio de Fomento.

Volvieron a sonar los juramentos y las imprecaciones contra Rausell, pero esta vez el señor Avargues, apurando su segunda copa de brandy, impuso la calma diciendo:

Caballeros, no debemos preocuparnos. Nuestro querido diputado don Sinibaldo Gutiérrez tiene muy buenas relaciones en la Corte y estoy seguro que logrará la desaparición de ese maldito plano.

Y por supuesto que lo logró. Como también que la calle junto al palacete desapareciera.

Por eso, mi amigo Alberto Peñín no pudo encontrar el famoso plano ni ustredes, queridos lectores, la aludida calle, porque está ocupada por la Casa de Cultura Marqués González de Quirós.

A mayor abundamiento, el periódico El Litoral de 1886 llevaba una información que decía: «Adelantan con rapidez las obras del magnífico palacio que, en la Avenida de las Germanías, están construyendo los señores Vallier. Deseamos vivamente ver terminada la obra que no sólo dará importancia a aquella maravillosa calle, sino a toda la población».