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El tiempo largo que Zapatero ha estado a la vera de María Teresa Fernández de la Vega, saliente ministerial, no pasará en balde para el presidente. No se esfumará tampoco para el gabinete socialista, ni mucho menos para las españolas que aspiran a los consejos de administración. Su estilo... ¿Cómo explicarlo? Ha sido un poco como la tía o la tía abuela independiente, rica en experiencias, a la que todos hemos visto como la mejor anfitriona para tomarnos en su casa, en su mesa camilla, las magdalenas de la duda con un té humeante mientras admiramos su reivindicativo look hippie chic.

La vicepresidenta siempre ha estado ahí, tras el Consejo de Ministros agitado, para serenar los ánimos alterados tras oír noticias aciagas. Casi parecía que le pasaba a los españoles la mano por el pelo para llevarlos a la paz de la niñez. ¿Y qué decir de sus silencios? Los vacíos antes de sus frases certeras no dejaban de ser una especie de masaje, por no hablar del mensaje de dignidad que nos enviaba día a día: porque cada vez que uno la veía, tan elegante, no le quedaba más remedio que irse a rasurar la barba y buscar en el fondo del ropero una vestimenta adecuada para afrontar la jornada.

La portavoz ha hecho escuela a la hora de romper con los estereotipos de cómo ser en el largo viaje de la vida a través de los años. El psiquiatra nos ha sacudido más de una vez sobre el intelecto la alfombra del complejo de Peter Pan, una resistencia dura frente a la madurez última (vejez no, horrible palabra). Pero Fernández de la Vega ha abierto la brecha de un postpeterpan que llegó a contagiar a la Conferencia Episcopal y al Nuncio papal, que quedó prendado por su encanto para transportarlo a esa mesa camilla con las magdalenas por las que lloró Proust.

Zapatero siempre ha estado a la vera de esta mujer que parece que no come nada, con un físico que señala la tensión máxima. No ha podido con la serpiente multicabezas de la crisis económica, y su dialéctica no es la adecuada para explicar la transformación, transmigración y desintegración que sucede día tras día en torno al euro. Ella acunó al presidente la noche en que la valoración de la deuda pública puso a España entre la espada y la pared. El cervatillo buscaría el calor de su experiencia multicolor, en definitiva de su seguridad. Igualmente encontró su consuelo, resignación y solidaridad el día en que el alumno le comunicaba tras (o antes) de los aires de Ponferrada que deseaba volar solo, y que no tenía más remedio que mandarla al Consejo de Estado, a la niebla de los expedientes voluminosos. Fernández de la Vega no rompió la tetera ni lanzó las magdalenas al jardín, sino que lo acogió en su seno, le removió el flequillo, e igual que Kung Fu a su discípulo le dio la bendición para lanzarse a una nueva etapa.

En la despedida de la primera mujer que llegó a presidir un Consejo de Ministros en España, a la luz de lo ocurrido, muchos se preguntan cómo se puede llegar a ser María Teresa Fernández de la Vega. Muchas mujeres indagan cómo ha conseguido la independencia que emana; muchos hombres, en cambio, se sienten confundidos ante la autoridad que expulsa sus palabras; otros, de un sexo o de otro, admiran el sentido de libertad que rodea a su persona... Y todo ello no fue óbice para que un día cogiera a sus ministras y las sentara ante La Moncloa, vestidas de diseño, para un reportaje de Vogue, con el consiguiente escándalo del patio femenino del PP, que defiende su exclusiva en esto de posar con ropas de pasarela para el papel couché.

Aunque el discípulo vuele solo, yo creo que Zapatero irá más de un día al caserón de la calle Mayor para recibir el flúor maternal de una consejera moderna que echa reprimendas plagadas de inteligencia, pues siempre habrá algo que encarrilar, aunque Pérez Rubalcaba se lo coma todo.