La moda es un lenguaje sin palabras. Con unos minutos de retraso sobre las dos de la tarde, en la pasarela aún vacía de Ifema sonaba una declaración de intenciones desde la desgarrada garganta de Edith Piaf: Non, rien de rien/Non, je ne regrette rien/Ni le bien q'on m'a fait, ni le mal/Tout ça m'est bien égal («No, no lamento nada. No, nada de nada, No, no lamento nada. Ni el bien que me han hecho, Ni el mal, Todo eso me da igual»). Aplausos. Abanicos. El mensaje comprendido. El público, su público, esperaba a Francis Montesinos, que regresaba a Mercedes Benz Fashion Week Madrid a despertar de la pesadilla judicial en la que se vio envuelto y regresar al sueño.

El sueño de Montesinos se llama Yemanjá, una oda a la mujer universal, a la esencia de la mujer, a través de diseños confeccionados con gasa, lentejuelas, rafia, punto y lino maizados en tonos azules, turquesas, colares o verdes, evocadores de océanos y fondos marinos. Yemanyá, la diosa que entregó a la humanidad una caracola para que se escuchara su voz. El Mediterráneo. El mar.

«El mar siempre me ha inspirado», contaba el diseñador, que coquetea con la naturaleza para confeccionar vestidos lánguidos, vaporosos y sensuales, algunos aderezados con volantes, en trajes de chaqueta y pantalón o en conjuntos marineros trenzados para emular redes de pesca.

Punto cómo no en tonos arena, corales, maromas y conchas, flores de ganchillo adornadndo escotes o zapatos. Punto para ellas. Punto para ellos (uno de ellos, el exmodelo y presentador Carlos Lozano, en pareo). Sastres de lino y espardenyes o zapatos estampados a juego, ya fueran rayas, ya cuadros, ya flores, ya marinerías.

El fondo marino el fondo de la pasarela iba cambiando de color, anunciando las cinco partes diferenciadas en que discurría la larga, generosa, colección del modisto valenciano, inspiradas en la arena, en las profundidades del mar, en el coral, los habitantes del oceáno y el atardecer. Después del beige de la mañana y la playa, todos los azules del mar del turquesa al abisal, pasando por el verdiazul tenían prendas fluidas de crepé y organza que simulaban olas. Estallido de color que en los arrecifes de coral, vestidos con gasa de seda, loneta y tweed de algodón. Rojo, naranja, rosa, amarillo... intensos o pastel. Asimetrías que dejan un hombro al descubierto, gasas volátiles que flotan alrededor del cuerpo.

De noche, para la fiesta, las escamas se vuelven paillettes y brillan los blancos nacarados. Cuelos navy. Largos vestidos de gasa para ellas y volantes, cascadas de volantes. Faldas pantalón (reminiscencias orientales y de los saragüells tan montesinianos) y Pantalones-falda (skort) masculinos, en realidad un trampatojo gracias a un plastón delantero sobre el short. Una colección pegada al mar y la arena, a la naturaleza y sin embargo urbana y cosmopolita, menos racial que otras veces.

Amigos sobre la pasarela el ya citado Carlos Lozano, Nicolás Coronado, Estafanía Luyk y modelos veteranas y entre el público compañeros diseñadores como Ágatha Ruiz de la Prada, Elio Berhanyer o Modesto Lomba, Lucía Dominguín, Raquel Meroño, Paquita Torres y Clifford Luyk, Carmen Alborch, Joaquín Torres o Arancha de Benito además de toda la troupe habitual desplazada desde Valencia.

Entre estrellas de mar y olas surge Paola Dominguín, la musa, trasmutada en la diosa Yemanyá, tocada de flores y moviendo una larga cola de organza de lado a lado de la pasarela como solo ella sabe hacerlo.

Calor. Abanicos. Emoción. Aplausos. Besos. Abrazos. Y niños. Un grupo de niños, hijos de amigos, colaboradores y modelos, saltan a la pasarela y rodean cariñosos al modisto en su saludo final. Las palabras sin palabras de Montesinos.