Paul Cézanne plasmó en sus lienzos hasta cinco escenas de jugadores de cartas. En ellas el francés recoge a dos o tres hombres —algún observador de fondo— naipe en mano y cigarro al labio. Alguna que otra botella de vino barato preside la mesa. Las escenas parecen tener lugar en un café o en el domicilio de alguno de los miembros de la partida. La estampa no sorprende. Es una noche más de juego entre hombres. Ni un solo elemento está fuera de contexto: jugadores, tabaco, alcohol... En cada una de estas pinturas, los tahúres protagonistas son todo hombres. Ni una sola mujer. Es cierto que la serie fue pintada entre 1890 y 1895, una época en la que la mujer no gozaba de las mismas libertades que los hombres. Sin embargo, Cézanne provenía de la tierra de la «libertad, igualdad y fraternidad». La escena tampoco es inusual en la historia del Arte, en la que apenas se ven mujeres sentadas al tapete.

«Hasta ahora, el papel de las mujeres en el juego había estado reservado a espacios privados», explica Ana Mafé, historiadora del Arte. Mafé es una de la impulsoras del I Campeonato anual femenino abierto de Valencia, un torneo que busca dar visibilidad a las mujeres que quieren poner sus cartas sobre la mesa y sin prejuicios. «Sabemos que desde hace más de 25 años se celebran partidas de carta de mujeres que, perteneciendo a una asociación, se reúnen para jugar partidas en dichas sedes. Son las pioneras del juego de mesa femenino a puerta cerrada», explica Mafé. Sin embargo, recuerda, este es la primera competición que lo hace de forma abierta. La acogida no ha podido ser mejor, explica. Cerca de 200 mujeres han respondido y desde primeros de mes participan en alguna de las tres modalidades: canasta, dominó y parchís. Pero «han tenido que pasar más de 40 años de democracia para que se pueda celebrar un campeonato anual femenino abierto, a los márgenes de instituciones y organismos creados por hombres», lamenta la historiadora del arte.

Charo Lavarías es la impulsora de este torneo. Tiene 75 años y es ama de casa. Cuenta que desde los 15 hasta los 18 fue vedette en el Teatro Alkázar, en Valencia, «donde empezábamos todas». «Entonces las mujeres estaban mucho más cohibidas». «En aquellos años no había mujeres que jugaran», explica mientras le azuzan para que continúe con la partida de canasta que ha dejado a medio terminar. «La libertad que tenemos ahora es la misma que la de los hombres de entonces».

La edad se queda en la puerta

Este primer campeonato —impulsado por el centro óptico Losan— se desarrollará hasta el próximo mes de junio, cuando las finalistas se vean las caras y se disputen el primer premio. Los lunes, las tardes son para la canasta. Los martes, las mesas esperan las fichas de dominó; y los viernes, es el día del parchís. Las partidas tienen lugar en un sencillo mesón del barrio de Campanar de Valencia. Allí se reúnen mujeres de entre 40 y 90 años, aunque la edad se deja en la puerta y los únicos números que valen son los puntos que van anotando en la partida.

El torneo tampoco ha quedado exento de anécdotas. A pesar de ser un campeonato exclusivamente femenino, no han faltado hombres que se han interesado por él. De hecho, dos jóvenes, recién cumplidos los 18 quisieron formar parte del certamen, al igual que un matrimonio quiso jugar «porque siempre van juntos a todas partes», recuerda Mafé entre risas.

Todas las participantes «son conscientes de que como mujeres han conseguido esta visibilidad gracias a quienes en el siglo pasado fueron capaces de ir subiendo peldaños en la situación jurídica y social de la mujer antes de nuestro texto constitucional. Ninguna de sus madres o abuelas hubiera podido soñar con la participación en este tipo de campeonato, pues hubo una vulneración general de nuestros derechos», apunta Mafé.

Las participantes de este campeonato juegan hoy tranquilas, pero dedican un aplauso y la partida a sus abuelas que no pudieron mostrar al mundo sus cartas.