­Valencia se despertaba el pasado día 10 con la noticia de la captura, en un lujoso restaurante del centro de la ciudad, de cuatro peligrosos miembros de la mafia serbia relacionados, ni más, ni menos, que con el asesinato del primer ministro Zoran Djindjic, en marzo de 2003. ¿Un filósofo abatido por un puñado de meros criminales? El cabecilla, Luka Bojovic, está acusado, de momento, de liderar una banda de narcotraficantes y poco más, de modo que, ¿dónde encaja en una conjura política para acabar con el hombre que prometía llevar a Serbia a la integración plena en la Unión Europea a costa de acabar con los criminales de guerra, empezando por el temido Slobodan Milosevic?

En la antigua Yugoslavia nada es lo que parece, y crimen organizado y política viven entrelazados en una comunión que aún dista mucho de ser disuelta. En los convulsos 90, cuando la vieja república soviética comenzó a desmembrarse y empezó la Guerra de los Balcanes, surgió uno de los grupos paramilitares más sanguinarios y temidos, Los Tigres de Arkan. Llegó a ser un ejército de 10.000 hombres, con formación militar y sin escrúpulos, a quienes se achacan buena parte de las razzias de limpieza étnica en Bosnia y Croacia, e incluso en Kosovo.

El líder, Zeljko Raznatovic, alias Arkan, era un delincuente juvenil y agente secreto del gobierno de Milosevic que fundó esa horda a partir de los ultras más violentos del Estrella Roja de Belgrado.

Pero, ¿y Luka y sus acólitos detenidos en Valencia? Bojovic no sólo había militado en las filas de Arkan, como el resto de sus compinches, sino que era casi un ahijado suyo. No en balde, la mascota del grupo de exterminio fue un cachorro de tigre que el genocida de los Balcanes recibió de manos de un gran amigo suyo, Vukosav Bojovic, director del zoológico de Belgrado desde 1986 y padre de Luka, entonces poco más que un adolescente. En correspondencia y como señal de amistad, Arkan regaló al chico, ya en sus filas,una pistola CZ 99 de fabricación serbia que le fue intervenida a Luka cuando lo detuvieron en 2007 por tráfico de drogas y falsificación de documentos.

Con el final de la guerra, y muerto Arkan —fue asesinado en el vestíbulo de un hotel en Belgrado el 15 de enero de 2000—, los Tigres debían haberse reintegrado a la sociedad civil, pero una gran parte, entre ellos Luka, optó por quedarse al margen de la ley. Con el entrenamiento militar extremo recibido por Arkan y armados hasta los dientes, se convirtieron en peligrosos grupos de crimen organizado que controlaban no sólo el narcotráfico a gran escala, sino también el tráfico de armas y la prostitución. El más poderoso de todos, el Clan Zemun. Bojovic se integró en él. Convertidos en mafiosos, nunca abandonaron sus lazos con el agonizante Gobierno de Milosevic, derrocado por fin tras una fortísima presión internacional a principios de 2001.

El 25 de enero de ese año, en plena era de renovación, tomaba posesión como primer ministro Zoran Djindjic. Era el primer Gobierno no comunista en medio siglo. Djindjic prometió guerra sin cuartel a los antiguos paramilitares nacidos de las filas de la policía y los servicios secretos de Milosevic. Y la perdió. El 12 de marzo de 2003, los antiguos Tigres, camuflados ya bajo la capa del Clan Zemun mataban al primer ministro. La mano ejecutora, un francotirador.

La sucesora de Djindjic puso en marcha una operación policial sin precedentes: algunas fuentes hablan de hasta 10.000 detenidos aunque las más conservadoras lo dejan en 750. Uno de los arrestados en Valencia, Vladimir Milisavlic, otro extigre de Arkan, está condenado a 35 años por su presunta participación en el crimen. Un tribunal de Belgrado sostuvo que él fue quien condujo el coche que llevó al ejecutor hasta la escena del crimen.

Días después, los dos principales líderes del Clan Zemun murieron en un tiroteo con la policía serbia y el tercero en la lista fue detenido. Luka alcanzó entonces el poder máximo. Desde la primavera de 2003, se ha ido ganando una merecida fama de hombre duro, si es cierta la acusación de que en muy poco tiempo ya había ordenado el asesinato de once gánsteres rivales.

El considerado jefe de jefes del Clan abrió sus miras hacia el oeste e inició «negocios» en Holanda, a través de cuyos puertos ha estado importando cocaína a gran escala, según la policía española y la Justicia holandesa, que también lo busca por el asesinato de un delincuente rival. En 2007, fue detenido en Belgrado, pero, tras pasar poco más de un año en prisión, huyó de Serbia.

Los agentes del grupo de Atracos de la UDEV Central, los adalides de la detención de Bojovic y su banda en Valencia, están convencidos de que se afincó en España enseguida. Lo acredita la presencia de su mujer y de sus tres hijos, que residen en la Marina Baixa.

De momento sólo se puede probar que en sus actuales viviendas de Valencia —Luka Bojovic y su amigo Vladimir Milisavlevic residían en el noveno piso del edificio Politaria, y el presunto sicario Sinisa Petric, en un moderno edificio de la calle San Vicente Mártir, más allá de la Cruz Cubierta— llevaban alrededor de un año, el tiempo que hace que las alquilaron.

Lo que está claro es que desde ese refugio, Luka ha seguido moviendo los hilos del Clan. La prueba, los 557.000 euros en metálico y las doce armas de fuego —nueve pistolas y tres subfusiles— y cinco silenciadores de que disponía.

Demasiado dinero —había varios fajos abultados de billetes de 500— y armas para un «simple» narcotraficante. Así lo creen, al menos, miembros del actual Gobierno serbio, que esta misma semana acusaban al líder de la oposición, el ultranacionalista del Partido Radical Serbio, Tomislav Nikolic, vicepresidente en uno de los gobiernos de Milosevic y sobre el que aún planea la sombra de la duda en una matanza de civiles croatas en Antin en 1991, de estar financiando al clan mafioso liderado por Bojovic.

Lo cierto es que Serbia celebra elecciones en pocos meses y que cuando Luka y los suyos fueron detenidos en el restaurante llevaban una abultada suma de dinero encima. ¿Cuál o quién era su destino? La duda es razonable: Serbia aún no ha logrado desenmarañar la madeja en la que crimen organizado y política conviven venenosamente desde los tiempos de Milosevic.

Un «narco» con empresas en Delaware que nunca alardeaba del dinero en público

A Luka Bojovic, según las bases de datos mercantiles de Europa y Estados Unidos, le consta la propiedad, plena o a través de terceros, de cinco empresas que se reducen, en realidad, a dos. Una panadería en Belgrado —curioso: Arkan montó una confitería al término de las guerras en Bosnia y Croacia— y una multinacional en Delaware, en la costa este de los Estados Unidos, con tres sucursales —algunas inactivas desde 2010— en Serbia y Croacia. La firma en Estados Unidos Taeda Group LLC ocupa la misma sede social que otra mercantil del también serbio Darko Saric, acusado de promover el envío de más de cuatro toneladas de cocaína desde Suramérica hacia Italia y Eslovenia.

Pese a moverse entre tanto dinero —más de medio millón en metálico guardaba en casa—, tanto él como sus compinches eran hombres discretos, que sólo se permitían alguna juerga aislada. Así algunos vecinos del Politaria recuerdan ver entrar chicas en el piso «alguna vez» y un vecino de la finca donde residía Petric subió a llamarles la atención en otra de esas fiestas «porque estaban armando escándalo».

En su piso, mucha tecnología: varios iPad y iPhone, portátiles Apple y toda suerte de artilugios audiovisuales. Vivir bien sin estridencias públicas parecía ser su filosofía.

Por lo demás, se les conocen las comidas en la Taberna de la Paz, donde fueron apresados, y poco más. A ese local solían ir tres o cuatro veces al mes, pagaban al contado y no reservaban. Entre tres y seis comensales —en contadas ocasiones alguna mujer— y de 300 a 500 euros de cuenta. Sin caprichos: entrantes, carne o pescado, postre y unas botellas de buen vino, nunca más caro de 30 euros. Eso sí, con propina, buenos modales y sin manías a la hora de elegir mesa. Y camuflados entre la habitual y exquisita clientela extranjera.