Valencia esconde en su ensanche, distritos Eixample y Extramurs, la oportunidad de recuperar el espacio público más cotidiano y próximo. Las aceras se amplían, los árboles regresan para dar sombra, eliminado el bordillo cruzamos fácilmente de un lado al otro. La calle recupera así su sentido aunque sobra tráfico de paso y sigue faltando espacio de estancia. La encrucijada espera entretanto su turno, confundida con un cruce, tiene vocación de lugar en el que encontrarnos todos los días. Gracias a su astuta geometría permite el rescate del espacio público por excelencia, la Plaza.

Hasta 65 encrucijadas son transformables tal y como ensayamos en la Plaza Pizarro el pasado mes de mayo, permitiendo reequilibrar el uso del espacio entre los edificios, regresando la vida a la calle y a sus plazas ¿qué trama urbana permite semejante actualización 155 años después de su ideación? Sabio Cerdà.