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Opinión | Tralla

Deducciones suicidas

El déficit desbocado del Reino de España ha provocado en la última semana que la izquierda recupere para la actualidad el término «austericidio», entendiendo que el control de los ingresos y los gastos provoca recortes y estos a su vez hunden la economía

El déficit desbocado del Reino de España ha provocado en la última semana que la izquierda recupere para la actualidad el término «austericidio», entendiendo que el control de los ingresos y los gastos provoca recortes y estos a su vez hunden la economía. Pero en esta argumentación existen dos errores de base. Uno, semántico; y otro, de concepción de la realidad actual.

Fundéu, la fundación que colabora con el buen uso del español en los medios de comunicación y en Internet, mantiene que la palabra «austericidio» se refiere a «matar la austeridad» y, por lo tanto, no es adecuado emplearla con el sentido de «matar por exceso de austeridad».

Así, Mónica Oltra sería una declarada «austericida» porque quiere matar la austeridad. Por su parte, Angela Merkel sería su antagonista, ya que con la austeridad estaría induciendo al suicidio de la economía. «Austeridad suicida» debería ser la perífrasis usada por los detractores del pacto de estabilidad de la Unión Europea.

Pero más allá de los errores semánticos, que no por lingüísticos son menos importantes, la segunda equivocación de los detractores del control del gasto es de percepción o, incluso, de negación ante la realidad. El problema del déficit no es sólo por fijar una cifra, sino de cómo el Estado genera ingresos y cómo los gasta. Y es ahí donde los progresistas y la izquierda deben aplicar sus políticas. Ni Antonio Gramsci, ni tampoco Willy Brandt u Olof Palme dejaron escrito que hay que gastar más que ingresar.

El Reino de España, que lleva incumpliendo los objetivos de déficit marcados por la UE desde 2008, gastó el año pasado 50.000 millones más de los que generó. Exactamente el mismo dinero que la Agencia Tributaria dejó de ingresar por las deducciones fiscales en los impuestos. Casi 12.000 millones en IRPF, 24.000 en IVA y 6.000 en sucesiones y donaciones regalados por las autonomías.

El Gobierno dedicó miles de millones de euros a infraestructuras en 2015, algunas muy justificadas y otras menos. Sólo en el AVE, el Ministerio de Fomento invirtió 3.626 millones de euros. Un lujo en los tiempos que corren y cuando ha quedado acreditado que sólo tres líneas de alta velocidad son rentables.

El Estado tiene comprometido el 80 % de su presupuesto en servicios sociales, sanidad y educación. Eso es intocable. Le queda un 20 % para invertir. Rebasar un 5 % esta partida es una cantidad ingente ya que desborda en un 25 % el dinero disponible.

Volvamos a los ingresos. Ningún partido se atreve a hablar de impuestos, pero España está ocho puntos por debajo en recaudación fiscal sobre PIB que la media Europea. Y eso nuestros socios de la UE lo saben. Un incremento de la recaudación sólo similar a Europa ayudaría a cumplir.

Y por último y como me sugirió el profesor Jordi Palafox, tampoco nadie habla de los jóvenes. Esos que tendrán que pagar la deuda de un billón de euros durante las próximas décadas. Los milenials están ya arruinados.

Para cumplir con el déficit no son necesarios los recortes sociales. Gastar de manera inteligente y reducir las deducciones ayudaría. La redistribución de la riqueza se debe realizar con el gasto. No eliminando el impuesto de sucesiones y donaciones.

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