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La fragmentación en tiempos globales

No lo duden. Si el virus independentista catalán contaminara al resto del país y a los españoles nos diera por marcarnos un Spainexit de la Unión Europea -aquí somos capaces de cualquier barbaridad, como se está viendo- me da la sensación de que los bancos Santander y BBVA no tardarían ni cinco minutos en anunciar que trasladaban sus sedes de la ciudad cántabra y Bilbao, respectivamente, a, pongamos por caso, Frankfort, donde está el Banco Central Europeo. Pese a sus hondas raíces españolas, el negocio de ambos bancos está tan internacionalizado y el peso exterior representa un porcentaje tan elevado en sus balances que no tendrían otra opción que tranquilizar de inmediato a su clientes y accionistas respecto a que su dinero está a salvo, es decir bajo el paraguas del euro y del BCE. Es lo mismo que ha sucedido ahora con el Sabadell y CaixaBank, aunque en el caso de estos, en especial el segundo que es fruto de fusiones de cajas de ahorros, hay que sustituir España por Cataluña y el mundo por España.

A pesar de que en el sector no se quiere magnificar el alcance de las fugas de depósitos porque no es bueno para el conjunto de un sistema financiero que lleva una segunda década de siglo vertiginosa -cuando parecía que había superado la crisis, llegó el Popular- lo cierto es que los bancos catalanes han tenido que cortar de raíz cualquier malentendido y trasladar su sede, aunque es cierto que el peligro para accionistas y depositantes solo es real si se consuma la independencia efectiva de Cataluña y esta sale de la UE y del euro. Nunca un dicho común fue tan cierto: el dinero es cobarde.

CaixaBank y el Sabadell, con toda la lógica, han decidido ubicar su sede social -es una acción meramente simbólica, porque la operativa sigue en Barcelona y ahí es donde se cuece de verdad la estrategia del banco- en València la primera y, la segunda, en Alicante, donde estuvo la CAM que le dio vuelo tras comprarla por un euro en 2011. Es de justicia. Y eso que el presidente del Sabadell, Josep Oliu, no ocultó durante una visita a València que el antiguo edificio del Banco Urquijo en la calle Pintor Sorolla de la capital autonómica, perteneciente al Sabadell, sería una magnífica opción para ubicar la sede del banco si se viera forzado a dejar Cataluña.

La decisión de estas entidades y la de las otras empresas con residencia en Cataluña que están anunciando su salida de la autonomía para paliar los efectos de una eventual declaración unilateral de independencia es la muestra más palmaria del desvarío de una parte sustancial de la sociedad catalana al que lo han conducido sus élites políticas, culturales y, también, económicas. Resulta incomprensible que una sociedad próspera y libre como la catalana se esté haciendo el harakiri en un momento en que la globalización y las nuevas tecnologías han roto todas las fronteras y, pese al anhelo de otros tantos nacionalistas de la peor especie, se tiende hacia la cooperación y la unidad por bloques más que al separatismo. En especial, en Europa. Ante el desplazamiento del eje económico-político hacia el Pacífico y el Índico, al viejo continente solo le queda la opción de una mayor integración. Si Europa, ya de por sí compleja por la enorme carga histórica que debe digerir, sigue el camino de los separatismos caerá en la irrelevancia más pronto o más tarde. Ese es nuestro mejor destino. Hay otro, claro. El de la fragmentación. Y ahí es donde no hay forma de entender cómo ha caído la culta sociedad catalana. El motor económico de España está perdiendo piezas esenciales. ¿Está a tiempo de recuperarlas? ¿Alguien en Madrid tenderá la mano para evitar el desastre?

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