Que los árboles de la nostalgia no nos impidan ver el bosque de la cruda realidad: la serie «Los hombres de Harrelson» («S.W.A.T.») que tantas tardes de diversión nos dio a los críos en los años 70 era más bien flojita en todos los terrenos: reparto, realización, guiones e incluso medios de producción. Pero qué entretenida era, pardiez. Vista hoy, tiene un encanto especial: esos policías especiales en la acción inmediata y certera no llevaban el equipamiento sofisticado de hoy en día. Con sus gorritos, sus fusiles de asalto que parecen de juguete y sus uniformes vulnerables, los hombres de Harrelson, con su aparatoso furgón, eran agentes expeditivos sin apenas tiempo para comerse un perrito caliente. Y dejaron una frase para la memoria televisiva de una generación: «T.J., al tejado».

Una música pegadiza de las que no se olvidan y unos títulos de crédito muy enérgicos en los que se veía a los distintos miembros de la unidad en acción hasta quedar congelados en un plano con el nombre del actor eran la carta de presentación de una propuesta que, curiosamente, solo duró dos temporadas (75-76), y que aupó a un resistente estrellato televisivo a Robert Urich y dio cierto lustre a la carrera secundaria de Steve Forrest. No eran buenos actores, desde luego, pero tampoco sus papeles les exigían más que poner dos o tres expresiones. Y ahora llega una actualización de la historia (olvidemos la paupérrima versión cinematográfica) que carece del blindaje nostálgico de la primera versión sin que presente mejoras sustanciales que la hagan merecedora de atención más allá de sus primeros andares. Vamos, que después del episodio piloto se acabó lo que se daba porque deja muy poco sitio a la curiosidad y los personajes son tan sosainas y toscos en sus motivaciones que importa muy poco lo que pase con sus vidas. Llama la atención, eso sí, que el tono general sea más oscuro (incluida la fotografía), con un planteamiento inicial bastante arisco (el jefe del grupo dispara por error a un inocente y su carrera se va al garete, lo que deja a Hondo Harrelson al frente).

La apariencia física de Harrelson es también drásticamente distinta y las escenas de acción no son tan inocentonas, aunque se esperaba más intensidad de un realizador como Justin Lin, especializado en mover la cámara a todo gas. Los nuevos tiempos imponen prioridades en cuanto a razas se refiere, la introducción en la unidad de un elemento femenino y un tratamiento menos «casual» en la resolución de los casos. Aquí los policías son más investigadores, más cachas y se mueven mucho a ras de asfalto con conflictos raciales y tiroteos menos «light» que los que mantenían Forrest & Cia. Este «S.W.A.T.» (Special Weapons And Tactics) tiene actores más sólidos (Shemar Moore, sobre todos) pero el guión es tan poca cosa, los personajes son tan insípidos y los problemas dramáticos están tan pobremente desarrollados que el único aliciente para seguir ante el televisor es esperar a que las escenas de acción tengan la fuerza suficiente para animar el cotarro. Y no. Qué va. Así que: caso cerrado.