El porvenir institucional del Valencia sigue estando como Churchill veía a Rusia, como un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. En el césped, sin embargo, la niebla poco a poco se disipa. Ayer en Londres el conjunto valencianista dio una esperanzadora imagen en su empate a dos contra el Mónaco, al que superó en muchas fases del partido, sustentado en la juventud y talento con la que empieza a poblar su territorio atacante. Los Parejo, De Paul, André Gomes, Rodrigo y Alcácer son una excelente materia prima desde la cual imaginar un futuro mejor. Falta apuntalar la defensa, en la que Otamendi, sin Mathieu, necesita un socio que complete la contundencia de la zaga.

Es sólo pretemporada, pero en el Valencia se atisba un equipo coningenio, atrevimiento y cabeza levantada. Con identidad. El gran mal del conjunto de Mestalla, donde su decadencia se hizo visible, fue en la pérdida de calidad de su equipo, con los traspasos de Villa, Silva, Mata, Joaquín, Alba o Pablo, que menguaron a los blanquinegros a una versión cada vez más vulgar que no se supo corregir.

Ayer se vio un Valencia con vocación de llevar la iniciativa. Amparados por el efecto protector, parecido al de Mascherano en el Barça, que ejerce Javi Fuego, se ganó la medular y brotaron las ideas. Parejo distribuía cada inicio, con un perfecto entendimiento con André Gomes. Las apariciones sin vigilancia del luso por la segunda línea siempre sorprendían al Mónaco. De Paul y Feghouli, apoyados en los movimientos de Rodrigo para arrastrar centrales, hacían daño en sus diagonales y se acercaban al gol. Y a Rodrigo sólo le faltó eso, marcar. El delantero hispano-brasileño se reivindicó como un delantero intuitivo, tremendamente pillo, que genera siempre peligro. Su estilo, con recortes eléctricos y controles orientados hasta recibiendo de espaldas, seguro que agrada en Mestalla, con debilidad hacia esa clase de jugadores.

De una aparición de Rodrigo, Feghouli casi marca de cabeza. Subasic detuvo en dos tiempos. El Mónaco, hasta ese momento, había pasado prácticamente desapercibido. Su única noticia eran los silbidos que recibía en cada control su delantero Berbatov, abroncado por la afición local, mayoritariamente del Arsenal, que no olvida el paso del búlgaro por el Tottenham, su íntimo enemigo en el noroeste de la ciudad.

El Mónaco, otro club que orbita en la galaxia Mendes, se metió en el partido con las acrobacias individuales de Kurzawa, que generaron córners botados por un buen pateador como Moutinho, y que pusieron en dificultad a los valencianistas, poco expeditivos. En uno de esos saques de esquina el cabezazo de Abdennour rebotó en Vezo, a quien había ganado el salto, y despistó a Alves. No acusaron en exceso el golpe los blanquinegros, que ayer estrenaban su luminosa camiseta naranja. De nuevo tiró de calidad. La que se vio en el pase filtrado por De Paul a Rodrigo, que burló la salida de Subasic pero se quedó sin ángulo para marcar. En la jugada posterior, a los 36 minutos, Parejo dibujó un sensacional pase al espacio para la subida de Barragán y su alma de extremo. Su envío al centro fue interceptado a gol por Carvalho.

En la segunda mitad, los cambios animaron el partido, más de ida y vuelta. Antes de ser reemplazado, Rodrigo regaló un fantástico control orientado con remate posterior, algo flojo. Su sustituto, Paco Alcácer, no faltó a su cita con el gol. Resolvió en su primera intervención, y con esa manera de definir que es su patente, al primer toque. Finalizó una buena jugada iniciada por Piatti, que conectó con un Cissokho ligeramente en fuera de juego. El tercero pudo llegar en otro buen balón al espacio recogido por Carles Gil, que se topó con Subasic. En la contra posterior el Mónaco (con Falcao de feliz regreso), aprovechó el desajuste defensivo valencianista para marcar, por mediación de Ocampos. Los resultados no acaban de acompañar al Valencia, pero no entierran un pequeño, incipiente optimismo.